Un póstumo homenaje a Leonard Cohen y su Nevermind: Hay verdades que viven y verdades que mueren. El susurro del californiano pareció volar anoche sobre El Arcángel, por encima de un Córdoba convertido en una sombra fría, desangelada. La crisis larvada desde hace semanas, avisada, explicada, argumentada, habiendo aportado posibles curas -no todas en manos de su entrenador- continúa creciendo y la amenaza ya es contemplada por todos. Este fue tu corazón, esta nube de moscas, esta fue tu boca una vez, este cuenco de mentiras.

Sí, el equipo si estaba tan mal. Y lo sigue estando. Sobre todo si se tiene en cuenta que el Córdoba se enfrentó al peor rival que ha visitado El Arcángel en esta temporada, lo cual debe servir para calibrar la profundidad de la crisis blanquiverde que, como se ha reiterado, no es sólo de resultados. También de juego, de ideas, de herramientas, de estructura... Los que están lo dan todo. Cisma arriesgando con su físico, Bijimine asumiendo un papel inasumible como único central de la plantilla; Rodri, casi lo mismo, como único delantero; Alfaro recuperando una posición perdida hace casi una década. Y así, casi todos los que están. Pero el problema de este Córdoba, el principal -que no el único-, no es de los que están, sino en los que no llegaron.

Porque al Córdoba, anoche, le faltaron bastantes cosas. Pero por no extenderme demasiado, dos básicas: contundencia arriba (¿recuerdan?) y fiabilidad atrás (¿les suena?). Oltra, enredado en la idea maquiavélica del club, tuvo que devolver a Antoñito a la banda derecha, desplazó a Caro para que Bijimine no estuviera solo, forzó a Cisma, desplazó a Alfaro al mediocentro, volvió a dar la titularidad a Guille, prolongó la de Bergdich, e insistió con Juli de mediapunta y con Rodri como único delantero sano de la plantilla.

Empezó el partido algo desangelado, porque lo único que había que destacar era el empuje, el corazón que le puso el Córdoba en esos minutos. Sí, sin muchas ideas, sin excesivo orden, con errores provocados unos por los nervios y otros porque no hay más. Pero se le vieron ganas de ganar a los blanquiverdes. Salvo un susto de Brandon a los seis minutos, los locales empujaban, pero nada más. Pero el Córdoba tuvo 10 minutos en los que parecía que sí, que además de empujar podría ganar a un equipo tan ramplón, tan poca cosa como el Mallorca. Un saque de esquina que no era tocado por nadie a punto estuvo de sorprender a Santamaría. Poco después, Raillo salvaba bajo palos un gol cantado en la grada tras error en la salida de Santamaría ante Rodri, que de nuevo probaba al nervioso portero bermellón con un tiro raso (min. 33). Pero ya está. Hasta aquí. El Córdoba continuó empujando, intentando recuperar el balón pronto para hartarse de meter centros y más centros al área sin ningún rematador. Daba la sensación de que para el equipo el lesionado era Rodri y no Piovaccari.

No importa, no importa, la historia se cuenta, con hechos y mentiras, posees el mundo, así que no importa.

El Córdoba dio todo de sí en esos primeros 45 minutos. No daba para más. Y estando los que están no es poco. El problema es que en Segunda, incluso en esta Segunda tan floja, es insuficiente. De hecho, afrontar un duelo en «la cuarta o quinta mejor Liga del mundo» con solo un central y un delantero no es ya un insulto al corazón y al cerebro de cualquier aficionado, sino a la propia competición.

El Córdoba volvió a saltar al terreno de juego con igual premisa, aunque con menos fuerzas. No llegó por los dominios de Santamaría salvo en un centro raso de Bergdich que cortó Raillo antes de que pudiera engatillar Rodri. Y vista la flojedad del rival, todo hacía presagiar un nuevo empate. Pero apenas tres minutos después de esa acción, un pase de Brandon a la espalda de la defensa era recogido por Moutinho, que se plantaba ante Kieszek, al que rebasó con facilidad.

El mazazo fue demoledor. Dentro de un estadio dividido entre los que cantaban al palco, otros que mandaban callar, algunos que se fijaban en varios jugadores y otros que, simplemente, callaban, el Córdoba seguía mandando balones largos por si ocurría algo. Tan sólo fue Bergdich el que lo probó con un centro que se convirtió en disparo al que respondió Santamaría.

Sin herramientas en el banquillo y tampoco sobrado de ideas, Oltra dio entrada a Pedro Ríos por Guille Donoso. Peón por peón. De nada sirvió, porque casi al instante, apareció el eterno problema de este Córdoba (uno de ellos) con el balón parado. Saque de esquina de Culio (¡el primero del Mallorca en todo el encuentro!), prolongación de Héctor Yuste y Brandon, completamente solo en el segundo palo, empujaba a la red.

La desbandada en la grada fue notable, quedando apenas la mitad de los aficionados en sus asientos, lógicamente, con el consiguiente enfado y volviendo a acordarse del palco y reclamando inversión. El entrenador decidió no arriesgar más con Cisma y lo retiró del terreno de juego para dar entrada a Caballero y defender con tres y, dos minutos después, sentó a Luso Delgado para dar minutos a Borja Domínguez. Posiblemente lo peor fue la dolorosa chufla con la que no pocos obsequiaron al equipo durante esos últimos minutos, ironía resultante de un estado continuo de artificiosa bonanza por parte del club, como si el pasado reciente fuera triunfador. Vuestra victoria... Un recuerdo de nuestras pequeñas vidas, de las ropas que vestíamos, nuestras cucharas, nuestros cuchillos. Cuando a este Córdoba hace ya tanto que se le olvidó ganar...