Cosas geniales ocurren todos los días, solo hay que pararse ante ellas. Genial es quedarse dormido mientras te cortan el pelo. Genial es llegar a la taquilla del estadio a sacar la entrada y que solo haya una persona en la cola. Genial es no tener que pensar lo que vas a ponerte porque ya vale cualquier camiseta de manga corta.

Pero mientras ocurren cosas geniales, también nos rodeamos de otras odiosas. Es odioso que se te quede el pelo demasiado corto. Es odioso que seamos los únicos del play-off que tenemos que pagar. Es odioso que la camiseta se te pegue a la espalda y llegues a casa empapado.

Así pasan los días, entre el gozo y la desdicha.

Es genial tener tres eliminatorias de ascenso en cinco años, pero es odioso no haber subido de forma directa, cuando se tuvo tan cerca. Fue genial el ascenso en Las Palmas y odioso el paso por Primera. Es magnífico que Xisco haya metido dos goles, y penoso que no esté Florin.

Es genial poder escribir esto, y desesperante la mosca que vuela a mi alrededor. Tan desesperante como no saber despejar un balón y que te metan un gol. Pero no sabía lo genial que era ver por fin marcar a tu equipo en casa en un play-off.

Es un lujo merendar tarta de queso y una tristeza cenar una bolsa de patatas fritas.

Es precioso ver la preferencia y los fondos repletos. Pero no hay manera de lograr el lleno en una eliminatoria.

Es fantástico evitar atascos con la bici. Es odiosa mi cabeza: Me dejé la luz encima de la mesa, con la pila recién puesta. Tocará acelerar a la vuelta, que no me pille la noche.

Qué impropio resulta ir sin camiseta por la calle. Qué alegría que el único que no se la ha quitado lleve una blanquiverde.

Escucho con atención y los dos hombres tienen razón. Tenemos que vivir siempre al filo del alambre, con la eterna incertidumbre de no saber cómo acabaremos. Quizá suene a tópico, pero quien lo sufre lo sabe, que no es lo mismo, que les pasará a los jugadores, a los aficionados, a aquellos deportistas anónimos de los que ya hablamos un día, que cuando las cuestas se hacen pesadas, el final es más gratificante. Que si resulta demasiado fácil, vuelves con la sensación de no haber hecho nada.

Es una suerte tener pulmones para correr sin parar, y una pena que se te carguen los gemelos y tengas que acabar andando, o abandonar. Aunque mucho peor es tener muletas y no poder correr en todo el año, y ver desde la grada cómo disfrutan tus compañeros.

Es increíble que te toquen la cabeza y que te quiten pellejos de la espalda. Es una desgracia olvidar la crema y destrozarte al sol.

Es un suplicio el calor en la grada. Peor aún estar ya en casa sin saber qué hacer.

Es maravilloso el olor de los químicos al revelar las fotografías, y más aún ver cómo aparece la imagen en el negativo, y más aún volver a recordar ese momento que estás viendo y que se te había olvidado porque entre que tomaste la foto y hoy han pasado siete meses, y eso realmente es fascinante, pero esa magia se está perdiendo con tanta instantaneidad. Es frustrante tener una gran foto de alegría y que el Córdoba pierda, y que la foto se quede en la tarjeta, como tantas veces ocurrió este año en casa. Las de ayer igual sí valen, así que puede que aparezcan en la portada, porque el resultado, aunque a priori no sea estupendo, es el mejor que hemos tenido en las cuatro eliminatorias de ascenso.

Al final es como cada uno quiera verlo.

Nos podemos quedar con las cosas estupendas que nos pasan. O podemos ser unos cenizos y ver solo lo malo. Podemos disfrutar la brevedad o lamentarnos de su corta extensión. Podemos jodernos los mejores momentos pensando que ya llegarán peores.

Podemos hacer lo que nos dé la gana.

Yo, por lo pronto, me voy a casa pitando, que no tengo luz en la bici y con suerte puede que aún quede algo de tarta en el frigorífico. En el caso de que mi novia se la haya comido, me consolaré pensando que van a bajar las temperaturas y que quizá mañana la camiseta ya no se me pegará a la espalda.