La familia de El Wali El Qadimi lo ha vendido todo. Incluso su casa. Su primogénito está postrado en una silla de ruedas desde el mes de mayo y ha habido que pagar toda la asistencia sanitaria. Cayó desde la cuarta planta de su residencia de estudiantes en Marrakech. "Un policía marroquí me dijo: ´te tiras o te tiro, perro saharaui´. Y me empujó".

Lo cuenta sereno, sin perder la expresión amable que remata cada poco en sonrisa, a pesar de que con la caída --y a falta del último diagnóstico médico-- se ha quedado tetrapléjico. Quizá El Wali esté más sereno porque toda la angustia del mundo la lleva su madre en los ojos, dos ascuas negras ribeteadas de lirio. Fatma Ikhelen, una espigada silueta bajo un velo, no quiere salir en las fotos pero asiste a la entrevista. De vez en cuando, quizá temerosa por lo que pueda contar su hijo de más, le pellizca suavemente el brazo como advertencia.

De la historia de El Wali apenas ha quedado constancia en la prensa marroquí. Si se ha difundido ha sido gracias a Internet. El 14 de mayo del 2008, este estudiante de Sociología, que hoy podría estar licenciado, asistió junto a unos 300 jóvenes más, saharauis y marroquíes, a una manifestación. Se había organizado en protesta por el mal estado en las residencias universitaria de la comida, que había provocado incluso algunas intoxicaciones. "Fui a esa manifestación porque iba a todas las que se organizaban", relata. Sin embargo, en aquella ocasión, las fuerzas del orden se emplearon más a fondo que nunca. Según El Wali, el encargado de las residencias universitarias fue quien dio la orden para que interviniera la policía contra una protesta hasta aquel momento pacífica. "Primero echaron gases lacrimógenos --explica-- y luego empezaron a pegarnos". Cada estudiante se refugió donde pudo. El Wali subió a la azotea de uno de los pabellones de la residencia. "Desde allí podía ver cómo pegaban a las mujeres que estaban en el piso de abajo y como tiraban por la ventana libros, apuntes e incluso televisiones", recuerda.

En la azotea quedaron acorralados tres jóvenes. El Wali tiene claro que con ellos se ensañaron por ser saharauis y la crueldad llegó demasiado lejos. "Me tiraron desde una cuarta planta, no perdí la conciencia y no fueron a asistirme hasta dos horas más tarde", explica. Más muerto que vivo fue trasladado a un hospital de Marrakech, donde lo operaron por primera vez el día 16 de mayo. Comenta que los médicos no lo trataron mal pero tampoco tenían especial ciudado con él. Digamos que "no era su prioridad".

Para entonces la noticia ya había llegado a Assa, la pequeña población al sur de Marruecos donde viven los padres de El Wali y algunos de sus nueve hermanos. Su padre, jubilado, y su madre, ama de casa, comenzaron a venderlo todo. La gravedad de las heridas (rotura de la quinta vértebra, fisura de la sexta, piernas inmóviles y brazo izquierdo inmóvil) obligó a trasladar al joven a un nuevo hospital, esta vez en Casablanca, donde tienen más medios para curarlo.

"En Marruecos recibes la sanidad que puedes pagar", explica El Wali. Las pocas ventas que pudo hacer la familia y la red de solidaridad del pueblo de Assa han logrado financiar la estancia hospitalaria de El Wali hasta este mes de diciembre. "Pero ya no podían más", apunta Arturo Falcón, presidente de la asociación cordobesa de amigos de los niños saharauis, que ha movido los hilos para que El Wali viaje a Córdoba para su rehabilitación. El podrá quedarse por motivos humanitarios y su sueño ahora es recuperar el máximo de movilidad posible y cierta autonomía.

Con la misma serenidad asombrosa que relata su gesta dice que sueña con volver al Sahara. Habla con tanta madurez que hace pensar incluso que aún no es consciente de cuanto le ha ocurrido: "Esto es un esfuerzo muy pequeño comparado con lo que hacen algunos saharauis por su pueblo". El Wali sabe que la dura vida de los campamentos o la censura y represión que soportan quienes viven en los territorios ocupados es una preocupación ínfima en la conciencias de los españoles: "Pediría que hubiese más preocupación y que la comunidad internacional enviase más observadores internacionales a Marruecos--comenta--. Allí se están vulnerando constantemente los derechos humanos de los saharauis".

Mientras transcurre la entrevista, un trabajador del centro donde ha sido acogido El Wali le lleva un perfume de regalo de Reyes. La madre se apresura a sacarlo del estuche y lo esparce entre los asistentes. Es una costumbre saharaui compartir lo que para ellos es un artículo de lujo. Fatma Ikhelen ha regalado mucho más que un perfume.