Pero la pasión tiene límites? Hoy por la tarde no he recibido mensajes. Me ha sorprendido y entonces he pensado que nada bueno estaba sucediendo porque cuando te ocurre algo alegre quieres compartirlo.

Me gustaría que vieran el respeto que le tiene a quienes le aplauden durante la carrera y cómo les daba las graciasO lo que le costó aparcar el coche y el kilómetro que tuvo que andar hasta la salida, o cómo apretaba los dientes

El primer mensaje me ha llegado a las 20:58.

- Un equipo de pena.

El segundo, a las 21:23.

- Gracias por nada.

- Tú no puedes criticar a los jugadores porque hacen lo mismo que tú: no sudar.

- Me tenías que ver hoy en el spinning el charco que tenía.

Ver. Bonita palabra.

Me gustaría que los jugadores del Córdoba vieran cómo un muchacho se levanta un domingo a las siete de la mañana para ponerse un pantalón corto.

Me gustaría que vieran cómo nada en un pantano que está a 14 grados.

Me gustaría que vieran cómo tiene que prepararse su equipación, ajustar su bicicleta, echar en el bolsillo una cámara de repuesto, plátanos y geles.

Me gustaría que vieran el respeto que le tiene a quienes le aplauden, devolviendo continuamente los saludos, dando las gracias y acercándose a los niños para chocarle las manos.

Me gustaría que vieran su desayuno: dos piezas de fruta y nocilla sola porque no había pan en la cocina.

Me gustaría que vieran cómo se retuerce subiendo la montaña. O cuando sufre molestias, que no tiene un médico que vaya corriendo a aliviarle.

Me gustaría que vieran lo que le costó aparcar el coche, a un kilómetro de la salida.

Me gustaría que vieran la cola que tuvo que hacer para ducharse y lo friísima que caía el agua.

Me gustaría que vieran su último suspiro justo antes de entrar en meta, y cómo tras casi cuatro horas corriendo tuvo que bajar andando a por su ropa.

Cómo apretaba los dientes.

La ausencia de mantas en el albergue la noche previa a la competición y lo poco que calentaba la única estufa.

Me gustaría que vieran lo que tuvo que pagar por competir.

Y el riesgo que corría a la vuelta conduciendo solo.

O cuando las piernas le pedían andar, y él siguió corriendo, por orgullo, porque su único y gran premio era poder aplaudirse a sí mismo.

Me gustaría que vieran el dolor en sus muslos al día siguiente, mientras iba a trabajar.

Y la satisfacción con su camiseta de finisher.

Ayer en Palamós no hubo nada de eso. Ahora que ha salido el sol, me gustaría que los jugadores del Córdoba se pasaran por alguna de estas pruebas anónimas, que vieran lo empapados que acaban los dorsales de los participantes, lo que sufren, lo que pelean, lo que disfrutan. Quienes lo ven se contagian.

Seguramente no les valga para jugar el play-off, pero quizá les ahorre el sábado una pitada de su público. Lo pueden pensar mientras vuelven de Barcelona en el AVE, bien desayunados.