Cuando uno tiene la sensación de haber estado en una jaula de leones y logra salir vivo, aunque herido, como mínimo emite un bufido de alivio. A eso sonaron los suspiros de los militantes socialistas que empezaron a llegar a cuentagotas a la sede madrileña del Partido Socialista con clara moral de derrota y que al final de la noche vieron que al menos la peor de sus pesadillas no se había cumplido.

«Está claro que Podemos no nos gana. Si se hubiera producido el sorpasso de Podemos sobre el PSOE habría sido un desastre», respiraba aliviado Emilio Domínguez mientras seguía la evolución del recuento en una gran pantalla instalada en la sede socialista.

Lo de menos era que el PP hubiera vuelto a ganar las elecciones con un mayor número de escaños. Tampoco parecía importar que el PSOE haya perdido cinco escaños respecto a las elecciones del 20-D. Lo importante era la sensación de haber logrado salvar los muebles en la sangrienta batalla desatada en la izquierda.

«Lo que estaba en juego era el sorpasso», decía Juan Pedro Pérez. «Ahora la situación vuelve a estar igual de complicada que tras el 20-D pero con una diferencia: Podemos ya sabe que no tiene nada que ganar en unas terceras elecciones».

A eso de las 20.30 horas llegaron los primeros militantes. La expresión de disgusto era evidente. Las encuestas a pie de urna acaban de dar que Podemos ganaba al PSOE con entre 10 y 15 escaños de diferencia. Pilar, una militante de 76 años, y «cinco generaciones de socialistas» en su familia intentaba mantener el ánimo. «No seas pájaro de mal agüero», espetaba a cualquier periodista que se atreviera a insinuar algún tipo de debacle. Pero su propia amiga se despedía de ella con amargura antes de abandonar la sede de forma prematura: «Pilar, me voy. Que no sea un desastre». Valentina, otra de esas «militantes de toda la vida» que acudieron a la sede de Ferraz, también hacía de tripas corazón: «Hay que estar aquí también cuando las cosas van mal». Y Oscar, un veinteañero canario, se mostraba optimista: «No hay que fiarse de las encuestas a pie de urna». El joven tenía su teoría: «Hay mucha gente que ha podido votar al PSOE sin gran convicción, con la nariz tapada, y que si le han preguntado al salir del colegio electoral no lo habrá reconocido».

Algo de esto debió pasar para que lo que, según las encuestas a pie de urna, era un desastre descomunal del PSOE, se convirtiera en un fracaso solo a medias. «No estoy satisfecho», admitió el propio Pedro Sánchez, si bien también mostraba alivio tras haber logrado desmentir a quienes auguraban al PSOE la «pérdida de relevancia colectiva» a manos de Podemos. H