La mayor guerrilla latinoamericana se despidió del teatro de operaciones con música. La conversión de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en grupo político, formalizada en su XX Conferencia, tuvo el viernes pasado un cierre que años atrás habría desafiado a las mentes más imaginativas.

En vez de las consignas que por décadas llamaron a sus integrantes a «vencer o morir», sobre el escenario estuvo Totó Momposina, la conocidísima cantante de Prende la vela. El Cholo Valderrama, Doctor Krápula y Alerta Kamarada fueron otros de los que amenizaron el festival del adiós a las armas. La firma de la paz con el Estado colombiano obliga a las FARC a comenzar a hablar en pasado de su propia existencia. Ser un museo de sí misma, hasta el punto de que, en breve «exguerrilla» se propone convertir el inexpugnable paraje El Diamante donde funcionaba la comandancia en un parque temático dedicado a recordar su propia historia.

Tras esta última conferencia donde la guerrilla ratificó su decisión de abandonar la lucha armada para convertirse en un movimiento político, Cartagena de Indias será escenario hoy de una jornada histórica donde las FARC y el Gobierno tienen previsto rubricar la paz.

Según Guerrilla y población civil. Trayectoria de las FARC 1949-2013, el voluminoso estudio del Centro Nacional de la Memoria, la insurgencia se ha considerado heredera de las luchas agrarias de los años treinta del siglo XX y de la ola de violencia de los años cincuenta. De ahí que, en sus comienzos, se definieran como un grupo político-militar de autodefensa. Su origen campesino hizo que desde las ciudades se la percibiera como expresión del viejo país rural si se la compara con otras guerrillas que surgieron en el país en el contexto de la Guerra Fría.

Los especialistas reconocen cuatro momentos en la vida de las FARC. El primero, desde su nacimiento y hasta 1978, la muestra como un actor marginal pero con legitimidad social. Entre 1978 y 1991 interviene con mayor vehemencia en el conflicto armado. Luego crea la Unión Patriótica (UP) para buscar una salida pacífica al enfrentamiento, pero la mayoría de sus dirigentes son asesinados.

El tercer período (1991-2008) es el más paradójico. Como señala el citado estudio, las FARC dieron su salto cuantitativo cuando menos se esperaba: tras la caída del Muro de Berlín. «Se fue aproximando a los circuitos de las drogas ilícitas, al intercambio con bandas criminales, y al uso de mecanismos de corrupción característicos del clientelismo atávico para obtener fondos», expone el estudio.

CONATOS DE NEGOCIACIÓN / En dos oportunidades -durante los Gobiernos de Belisario Betancur y luego con el presidente Andrés Pastrana-, las FARC se sentaron a negociar. La enseñanza que dejaron esas experiencias en muchos colombianos es que solo trataron de ganar tiempo para profundizar una expansión técnica, financiera y territorial. Lo que creció a la par fue el aparato estatal y, con el apoyo de EEUU, Colombia fue escenario de una guerra diferente, con mayores efectos sobre la población civil.

El último período, del 2008 al presente, es el que llevó a la solución negociada del conflicto. La sociedad tuvo que superar prejuicios y desconfianzas frente a una guerrilla que había hecho del secuestro uno de sus instrumentos, había regado el suelo con minas antipersonales, reclutado adolescentes y tenía más de un desencuentro con los pueblos originarios.

Solo el presidente Juan Manuel Santos, uno de los ejecutores de la política contrainsurgente más dura y eficaz, tenía en Colombia la legitimidad para alcanzar el acuerdo. Lo ha guiado el sentido común: el país no podía seguir gastando un 4% de su PIB en defensa a costa de educación, salud e infraestructuras.

Ahora las FARC deberán encontrar su lugar por la fuerza de los votos y no de los fusiles.