Contaba que por la mañana había estado en Sierra Morena, con dos amigos, dando un paseo con la bici que al final acabó en sudor por unas cuestas más duras de lo esperado. Contaba, pese a que el balón ya rodaba, el ambiente que había a ambos lados de la carretera, plagada de gente que entre cervezas y bocadillos esperaba la llegada de los motores del rali, aunque alguno ya estaba haciendo el suyo particular. Lo contaba, pero sus vecinos de grada no escuchaban, con la mirada y el pensamiento embelesados en el césped. El seguía a lo suyo, quizá porque dos niños que por ahí andaban sí le prestaban atención. No tuvo más remedio que parar cuando vio que hasta los críos saltaban y gritaban de alegría, obviando su relato. Había penalti. Otro.

Xisco no permitió que naciera el debate. Se apartó inmediatamente. López Silva le abrazaba mientras Caballero cogía la pelota. Todos respiraron aliviados.

Parecía una tarde tranquila, hasta que el árbitro decidió incendiarla con una expulsión que pocos entendían. El estadio estalló contra él mientras Pedro abandonaba el terreno de juego cabizbajo. Por suerte para el colegiado apareció el descanso. La madre de Fran Cruz salió disparada de su asiento de tribuna, por donde se paseaba también Carlos Terrazas, lánguido, con su traje marrón. Había quien aprovechaba para recoger un bocadillo. "¿De dónde has sacado eso? ¿Es que los árboles de El Arcángel dan frutos?". "¡Ay, la mami!", le bromeaban al chiquillo. Otros optaban por desvelar su futuro. "Que me ha salido otro trabajo fuera...". "Entonces, ¿igual es tu último partido? ¿No te va a dar pena?".

Los focos ya estaban encendidos. La tarde iba cayendo, el cielo cada vez más mate, el humo del cigarro enturbiando el aire que por la mañana se respiraba tan limpio en la sierra. Ya no había historias que contar ni una sola persona que moviera los párpados. "¡Me va a dar un ataque!". El Arcángel rugía de verdad, atronaba, como lo hacían los motores en la sierra a esa misma hora.

Con la explosión final, el portero rival y Fran Cruz se desplomaron. Villa fue a abrazar al canterano mientras Koki lanzaba un penalti. Corría ya cierta brisa. La sierra quedaba difuminada entre el azul cada vez más apagado del cielo y las nubes; apenas se percibía su silueta entre las luces esparcidas por la ladera. Tampoco se oían los motores ni llegaba el olor a gasolina. Pero allí arriba quizá sí sintieran todo lo que se estaba viviendo unos metros más abajo. "¿Cuándo cogemos las bicis?", se preguntaron unos chiquillos. Al final, todos se habían contagiado.

Parecía una tarde tranquila, hasta que el árbitro decidió incendiarla con una expulsión que pocos entendían