Eran otros tiempos aquellos en los que, cuando tenía delante la clasificación, no podía mirar más abajo, simplemente, porque ya no había nada más. Mi Córdoba buscaba más el bronce que la plata. El oro, por supuesto, ni lo veía. La barca estaba anclada a orillas del río, como decía el defenestrado himno de Melguizo, y aunque remaran 15.000 personas avanzaba poco y en contadas ocasiones.

Proyectos de toda índole y condición. A base de dinero --cuando lo había y también cuando no--, de cantera, con más nacionales, con más extranjeros...Recuerdo también que en aquella época costaba bastante otorgar algún trofeo después de cada partido. Desierto el premio al mejor jugador, desiertos también el del mejor gol, la mejor jugada de ataque, la mejor defensiva... Desierto hasta el trofeo al juego limpio.

Pero de eso ya ni nos acordamos. ¿Cuánto hace? ¿Unos meses? Eran otros tiempos. Ahora a la barca va tan rápido que igual algún día aparece por Sevilla, río abajo, y la mueven 9.000 --y cuando llueve, menos--. Este Córdoba no quiere baratijas y, aunque aún dé miedo, canguelo, vértigo o como quiera llamarse, está más cerca del oro que de la plata.

Porque no se conforma. Supera los retos con el máximo argumento del esfuerzo, que es capaz de pulir y hasta hacer desaparecer aquellos "pequeños detalles", esos defectos de los que hablaba Paco Jémez continuamente hace cuatro años, los que siempre impedían ganar los partidos. Ya hasta los trofeos han perdido algo de peso. Sin ir más lejos, ayer cualquiera se hubiera llevado uno. ¡Ay...qué tiempos aquellos!