Por primera vez pasó por el puente y no se fijó en el río. Se quedó embelesado, mirando al frente, porque donde hasta hace unas semanas solo veía grúas y el vacío, ayer por fin se levantaba una grada de verdad. Sintió un ligero escalofrío. Un estadio con identidad, pensó. Cuando entró, se le vinieron a la cabeza esos coquetos campos ingleses, tan acogedores, que agasajan como si desprendieran el calor de una caja de cerillas. Apenas había un centenar de aficionados en el nuevo graderío del fondo sur. Las nubes, el frío y la lluvia les juntó. Solo un par de ellos estaban desparramados, con infinito espacio alrededor. Por eso, cuando López Silva mandó una pelota al graderío, aún en la primera parte, un chico tuvo que escalar cinco filas de asientos para devolverla. No había nadie más cerca.

En la grada de enfrente, unos pocos hinchas reclamaban. "¡Queremos nuestro fondo!". Otros ironizaban. "¡Hola, fondo sur!". Había que tener mucha voz para responder al desafío. Y por el tiempo, no convenía destaparse. Las nubes no se iban; la lluvia insistía. El barro llegaba. El juego también. "Vaya ritmo". "Pues así todos los domingos". "A ver si aguantan". "¡Hasta donde lleguen!", concluía un seguidor con una sonrisa gigantesca. El aplauso en el descanso fue tan intenso que parecía el de un final. Se había visto tanto en tan poco...

Más de uno se quedó helado cuando Saúl se inventó un gol. "¡Pero si es que no tenía ángulo!". Minutos después miles de pañuelos. Con tanto barro en el césped, parecía imposible que el balón rodara entre las piernas del defensor, pero rodó; y luego voló, mansamente, para posarse en la red de la portería del fondo sur. López Silva acababa de fabricar un tanto magistral. El delirio en todo el estadio. Cánticos incesantes para jugadores y entrenador. "¡Increíble, increíble!", decía alguien mientras los jugadores se despedían devolviendo los aplausos del público.

Las luces tardaron poco en apagarse y la lluvia ya no se veía caer a través de los focos. Quedó el silencio y un hombre solitario paseando por el terreno de juego, con aire melancólico, clavando los pies en el fango, con la mirada fija en el césped. Quizá la fiesta no fue completa para el encargado de mantenimiento.