Hace muchos miles de años que vacas, cabras, ovejas, búfalas, camellas, renas, yaks o cebúes, fueron domesticadas por los seres humanos, a los que interesaban por su piel, su carne y su leche. El descubrimiento de la capacidad de ésta para, tras agriarse y quedar separados el suero y la cuajada, convertirse en queso, debió ser casi inmediato. Los antiguos griegos consideraban al queso como un regalo de los dioses; y los romanos los importaban desde todos los rincones de su imperio, lo que demuestra que su elaboración no nació en un sólo lugar. No nos extraña que nuestros antepasados le atribuyeran un origen milagroso, dada la variedad de quesos, algunos muy localizados, que hay. En este hecho influyen factores como la clase de leche, la alimentación del animal, el clima, las enzimas producidas por las bacterias, los métodos de elaboración, el grado de madurez... El caso caso es que el queso trascendió la nutrición básica para convertirse en exquisito y lujoso bocado.