Diario Córdoba

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VUELTA A CÓRDOBA EN BICI

Verano de 1963

Enlazo el Guadalquivir con la Subbética, vibro con la sencillez, algún reproche, preguntas sobre el origen y vuelta a una estación de tren

Pantano de Iznájar, desde uno de los miradores del municipio. JOSÉ JUAN LUQUE

Yo no tengo pueblo, por mucho que en mi DNI ponga Benamejí, por mucho que ahora, frente a la casa donde viví los primeros cinco años de mi vida, me vea corriendo por un largo pasillo, soplando dos tartas en septiembre, enagüillas verdes y cristal pesado en diciembre, palomas aleteando en la plaza, un patio repleto de plantas. No tengo pueblo porque no atino con el nombre de ninguna maestra ni compañero, y solo recuerdo a mi hermano escapándose de casa con tres años mientras mi madre subía a tender. 

El pueblo es la identidad, aunque no lo señale ningún papel, los veranos haciendo cuadernillos en la cuadra de la casa de los abuelos, la orquesta en la piscina, los polos flash de coca cola, la acera llena de pipas, las sillas al fresco, Estopa, la raja de tu falda, el amor fugaz, impertinente, la primera cama, el castigo, los jazmines, las salamanquesas en los dormitorios, las carreteras de tiza, las chapas, el pozo, los cubos de agua helada sobre la espalda desnuda, pelotazos en la calle la Rata, el colchón en el patio, el Opel Kadek ardiendo, las botellas de vino y fanta, la higuera, los gatos sin nombre, llegarle a tu abuela por el pecho.

Estación de Campo Real, cerca de Puente Genil.

Me da envidia la gente que habla de sus pueblos con propiedad y orgullo, como hace mi padre con Priego. Cree que fue el verano de 1963 el que pasaron en la casa de campo, en algún punto de la Subbética. Dice que no tenían agua potable ni electricidad, que por la noche contaban historias al raso, a oscuras. La luna es muy poderosa, tú lo sabrás bien. Me imagino esas noches de verano y me pregunto si somos conscientes de cuándo estamos fabricando un recuerdo. Te vas del pueblo y qué te queda. Tu escondite. Todos deberíamos tener un escondite, un lugar propio del que presumir.

Podría buscar esa casa de campo donde un día veraneó mi padre. Ahora sueño con una casa así. Sueño porque no está a mi alcance, porque no sé atarme a ningún lugar. Llevo casi cien kilómetros, he comprado pan en Zamoranos, he retratado a una chica joven, con trenzas, atractiva y desubicada, que no es capaz de mirar a la cámara y que no aguantará mucho tiempo trabajando en la panadería de su madre. Estamos en permanente huida.

Una chica en Zamoranos, aldea de Priego.

Una chica en Zamoranos, aldea de Priego. JOSÉ JUAN LUQUE

Dejé Cardeña, dejé el Guadalquivir, dejé Albendín, no me atreví a dejar Castil de Campos, a seguir por la carretera de la sierra, insondable, a toparme con la noche en mitad del campo. Me quedé en el mesón de Chema, pizzas a siete euros y botellines a uno treinta. Me retengo mientras oscurece, rodeado de niños que juegan, vecinos que se encuentran, amigos que comparten la tapa antes de la cena. El parque tarda en vaciarse y ya no sé qué más pedir para hacer tiempo. Me quedo, me duermo, me fallo. Me despierto antes del amanecer, hago un té veloz, no quiero que nadie me vea aquí, tengo que escucharme más.

El verano de 1963 fue rudimentario para mi padre. Quiero heredar la escasez en los viajes, la sencillez, el instinto natural, subsistir sin caprichos. No se necesita mucho para vibrar. Reanudo el viaje. Vibro al coronar la sierra de Castil. Maldigo mi cobardía porque este era el sitio para dormir. Vibro desayunando en un bar de La Concepción, vibro observando cómo un señor mayor llena sus garrafas de agua en una fuente a las afueras, vibro con la Tiñosa, vibro al esquivar un gallo en El Higueral, vibro al hacer un picnic en un mirador de Iznájar. En Rute me hacen una foto desde un coche. Quizá les sorprenda la barra de pan que hay en mi bici. 

Amanecer en la plaza de Castil de Campos.

Amanecer en la plaza de Castil de Campos. JOSÉ JUAN LUQUE

No tengo claro dónde dormiré la última noche de mi viaje por las ocho comarcas de Córdoba, no quiero hacerlo en un pueblo, avanzo por la vía verde de la Subbética hasta la estación de Campo Real, y entre jaramagos amarillos, frente a un edificio asilvestrado, saldo mi deuda con las vías de tren. Me clavo algunas espigas en el pie. Le doy calidez a un lugar inhóspito. Aparecen nubes. Y dos americanos que también están recorriendo la provincia en bicicleta, inquietos porque aseguran que se prevé lluvia para la noche. Les ofrezco mi tienda. Cenamos inmersos en la luz rojiza de sus focos, como si estuviésemos en un laboratorio copiando las fotos de todo el trayecto. Mañana es el final para los tres. Nos arropamos en la negrura y nos contamos nuestra historia, exactamente igual que hacía mi padre en su verano de 1963. Cruje una rama, apagamos la luz

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