¿Cómo has podido pasar de darme todo a nada? Me hice el dolido, pero en el fondo sabía que ella tenía razón. No voy a volver a generar expectativas en nadie.

Hoy he visto un camping y ni me he planteado parar, como si me aburriera, como si ya solo me bastara a la intemperie. No hace tanto pasar dos semanas de camping en camping me parecía una proeza; ahora lo veo como un lujo innecesario. Dejó de llenarme. Pasé a lo siguiente. Lo siguiente fue parar por instinto.

Se me pega el saco a los ojos, en el día que más tarde amanezco. No sé si fueron las botellas de vino o la comodidad de la hamaca que la familia de Luci y Lupe me cedió en su piscina. Me sentí extraño cenando en aquella mesa familiar, casi me daba apuro coger el queso, el jamón, el tomate con anchoas o el pastel de calabacín. A la una y treinta y cinco de la madrugada solo quedábamos el padre y yo. Mañana es mi cumpleaños, me soltó de repente.

El hombre, el único al que no le había preguntado el nombre, sacó otra botella de vino y cortó más jamón. Espera, te haré un retrato y ese será mi regalo. Qué ilusión, nunca me han regalado una foto así. No voy a sonreír porque tengo los dientes mal. Todos seguían durmiendo cuando me marché.

Estoy delante de un cartel. Marca el inicio de un puerto de once kilómetros: Pico Villuercas. Altura: 1.590 metros. No sabía que existía. Es la una y cuarenta del mediodía. Solo he desayunado dos churros. El cuerpo me pide subir, pero la cabeza repite que me deje de tonterías. Ni siquiera tienes suficiente agua para llegar arriba. El carácter se forja los domingos por la tarde, leo en un libro. O subiendo Las Villuercas el 4 de julio, añado. Tomo pan de higo y me lanzo. A los cien metros se sale la cadena. ¿Una señal? Sigo. Vuelven mis exigencias.

Nunca tengo suficiente. Era una etapa apacible y la puedo convertir en un tormento. ¿Ves? A una relación no le puedes pedir estar continuamente en la cima. Ese es tu problema. Tampoco a un compañero de viaje le puedes proponer ascender este puerto inventado sin mentalización previa. Soy más valiente cuando estoy solo y no arrastro a nadie con mis decisiones. El deseo vence a la razón.

Paro a dos coches. El primero me da agua helada y una bronca monumental por dar este rodeo para ir a Castañar de Ibor. Date la vuelta. ¡Tú no sabes lo que te espera!, grita cabreado por la ventanilla, con el motor en marcha. El segundo me ofrece una coca cola, un sueño en estos parajes.

Las alforjas pesan en las rampas del 15%, pero las vistas y esta carretera es lo que buscaba. Me dan ganas de quedarme a dormir en la cima, pero es pronto y no hay agua. Destrozo los frenos en la bajada a Navezuelas. Pedaleo durante la siesta porque el rodeo es más grande de lo que imaginaba. Pero a su vez me conduce a la piscina natural del río Ibor.

Dormiré aquí.

La chica de pelo rizado apenas habla, solo contempla el agua, ajena a la charla de sus tres acompañantes. No sé si atreverme, solo quiero el retrato de ella, ese pelo salvaje, indomable. ¿Por qué calla? ¿Qué mira? ¿Dónde piensa? Ni siquiera creo que sea una buena fotografía, pero siento el impulso de hacerla. El novio me mira, no sé qué estará pensando, aparto la mirada, me acerco a ella, tímido.

Le hago dos fotos y una sola pregunta.