Por no haber, ni hubo caras conocidas en los tendidos de Los Califas. Muy poca gente de la que tradicionalmente sale en los papeles o, simplemente, no se dejó ver. Por contra, los tendidos de sol presentaban el mismo aspecto que en la corrida del día anterior y, además, eran más ruidosos. Lo que se espera de la solana, vamos. Una vez más, la banda se llevó gran parte de las iras del público y el nombre del primero de la tarde, Disparate , ya hacía presagiar lo que iba a ser el festejo. El Fandi lo entendió de maravilla, por eso se fue siempre adonde más ruido había, miraba a los tendidos provocando el jaleo y allá que se iba con las banderillas como Messi ante el Getafe, remedando el famoso gol de Maradona a Inglaterra. El nombre del primer astado de la tarde volvía a aparecer cuando una señora del diez (el tendido, no su apariencia física) comentaba: "Ay, hija, a mí no me gusta verle poner banderillas, pero ahora, cuando coge la muleta me encanta". El granadino seguía hablando con el público entre puesta de palitroques y puesta. De esa manera, el sector femenino de la masa perdía hasta la vista: "¡Guapo!", le gritaba una. La que taurinamente se podría denominar como corrida fría no la calentaría Manuel Díaz, quien tuvo el cariñosísimo gesto de brindar su astado a Moreno. "Venga, Manuel, que tú sabes", le gritaron desde el cinco, pero por distancia no hubo ocasión de preguntar al espectador qué es lo que se supone que sabe el ex de Vicky Martín, porque tras terminar rápidamente manifestó que su segundo toro "solo servía para engancharlo a una de las carriolas del Rocío". El Fandi intentó abrir la puerta grande poniendo cuatro pares a su enemigo, pero ni por esas, y ya que se acaba de sacar el carné de piloto, salió volando.

Antes de eso, un verdadero mitin para devolver al cuarto de la tarde. Salieron los mansos y el tío de la vara con los poderes ya menguados (si alguna vez los tuvo) y no había manera de que el astado regresara a los corrales. Hasta amagó un espontáneo, que casi llega al albero, con finiquitar al animal. La policía le agradeció la invitación oportunamente. Entre la bronca por el animal, la regañina a la banda, el disparate en que se había convertido todo (excepto el segundo de la tarde), los "guapo", los "olés", los gritos enmedio de las faenas y alguna expulsión ruidosa de gas, llegó Moreno. Entre tanto jaleo y cachondeo de medio pelo se lió su segundo a la cintura y la faena terminó con el lamento del rubio torero mientras daba la vuelta al ruedo, quizá la más triste que haya dado a lo largo de su vida. Era como presenciar el desconsuelo, el lloro de un niño entre la despreocupada bulla de la calle del infierno.