El G-20, el grupo de países que concentran el 75% del comercio internacional, inicia hoy una nueva cumbre en una Buenos Aires sitiada por 22.000 efectivos de seguridad. Las restricciones por aire y tierra convierten a una parte de la capital argentina en una suerte de ciudad fantasmal, y esa imagen de desolación es observada por los escépticos de esta cita como el preanuncio del documento final. No hay razones de peso que llamen a la esperanza de un resultado a la altura de las circunstancias.

Todos las señales negativas confluyen en estos momentos en la cita. Antes de que los líderes mundiales inicien las conversaciones formales y sonrían ante una cámara para una fotografía conjunta, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) avisaron de que vienen tiempos difíciles para la economía global. La despiadada guerra comercial entre Estados Unidos y China, que ha dañado la agricultura de la primera potencia y resentido a la industria de su competidor, no es ajena a las desventuras que se pronostican.

La era proteccionista que ha inaugurado Donald Trump, y que le ha suscitado también roces con la UE y Rusia, acaparará buena parte de las expectativas. El sabor amargo que dejó la reciente cita del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en Nueva Guinea no ofrece a los especialistas buenas razones para albergar buenos auspicios. El encuentro privado que tendrán Trump y el líder chino, Xi Jinping esta noche podrá confirmarlas o aportar una milagrosa alternativa. El jefe de la Casa Blanca descartó una reunión con el mandatario ruso, Vladímir Putin, con las tensiones en Ucrania como telón de fondo.

CRISIS INTERNA / El canciller argentino, Jorge Faurie, recordó en las vísperas que el anfitrión del G-20 «tiene la responsabilidad de encauzar temáticas y articular coincidencias». Pero la Argentina, sumida en una crisis de proporciones, parece ser a estas alturas un testigo mudo de las grandes controversias, sin fuerza ni prestigio para garantizar acuerdos mínimos. Se espera que la cumbre cierre con texto breve y, salvo modificaciones de último momento, desesperanzador.

Con el trasfondo inevitable de las peregrinaciones de centroamericanos que atraviesan México con el destino imposible de EEUU y la crisis humanitaria en el Mediterráneo, Buenos Aires será a su vez escenario de posiciones divergentes en lo que respecta al problema migratorio. Trump, Theresa May, la primera gran autoridad británica que llega a Argentina después de la guerra de las Malvinas de 1982, y el italiano Giuseppe Conte, tendrán en ese asunto de extrema sensibilidad la voz cantante del ala más dura

La ONU ha advertido de que el mundo tiene apenas 10 años para evitar que el aumento de la temperatura supere peligrosamente los 1,5 grados. «No me lo creo», ha dicho recientemente Trump sobre los efectos del cambio climático. Sus nuevas expresiones de desprecio manifiesto a la necesidad de cumplir el Acuerdo de París reverberan en las vísperas de la cita del G-20.

El dirigente francés Emmanuel Macron, que afronta un gran rechazo a un impuesto a los combustibles fósiles y aspira a mantener en alto la bandera del respeto a ese acuerdo, tuvo, al aterrizar en Argentina, una imagen patente de su soledad. Nadie lo esperaba al descender la escalera del avión. La vicepresidenta, Gabriela Michetti, se retrasó.