Macron ha indicado que la paz no debería humillar a Rusia, como a Alemania en 1918, cuyos resultados sufrimos todavía en esta guerra; y, al igual que el canciller Scholz, sigue hablando con Putin. Biden, en cambio, exige que se le juzgue como criminal de guerra y envía armamento pesado para debilitarlo al máximo; le imita su sombra, Boris Johnson y los países más agresivos, que llegan hasta exigir metas maximalistas como debilitar a que Rusia para que no pueda repetir algo así o recuperar Crimea.

¿Un alto el fuego, como piden algunos países, permitiría negociar la paz, o sólo serviría para consolidar las conquistas rusas? ¿Continuar la guerra dañaría cada día más la economía mundial, sembrando la miseria y hasta la muerte por hambre de muchos millones de personas, como ya está empezando a ocurrir, o bien permitiría frenar esa hecatombe? ¿Podría una tregua evitar la posibilidad apocalíptica, pero tan real como apretar un botón, de una tercera y definitiva guerra mundial, la nuclear? Nunca el destino de la entera humanidad ha estado pendiente de las decisiones de tan pocas personas que pueden influir decisivamente, para lo malo o lo peor -no hay ya solución buena- en cualquiera de los dos dirigentes máximos de Rusia o Ucrania.