Diario Córdoba

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Araceli R. Robustillo

tribuna abierta

Aracely R. Robustillo

Abuelos de los de antes

A los más jóvenes les escasean los referentes cabales de fortaleza mental

Somos hijos de nuestro tiempo, pero también de lo que ‘mamamos’ en casa o de lo que no, pese a quien pese. Y todas las épocas tienen sus propios problemas, fruto de la conjunción de diferentes factores. La semana pasada conocimos el hecho de que España es el país europeo en el que los adolescentes sufren mayores problemas de salud mental. También que en 2020 se duplicaron los suicidios entre menores de 15 años. Lo que hay detrás de esos datos es un ‘melón’ complicado de abrir, pero es necesario hacerlo.

Como sociedad, da vértigo asomarse al abismo de esas cifras por todo lo que implican y sugieren. Está claro que hay que desestigmatizar estos trastornos, exponerlos y hablar de ellos con naturalidad, pero también hay que buscar los motivos que expliquen este rumbo que amenaza la estabilidad de nuestros menores. Nunca he sido partidaria de idealizar etapas de la vida, siempre ha habido niños tristes y adolescentes deprimidos, pero lo que está pasando ahora alcanza límites insospechados, al menos para mí.

Es difícil de digerir que de las 3.941 personas que en el año 2020 decidieron acabar voluntariamente con sus vidas, 300 eran jóvenes, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Como lo es que el informe anual 2021 de la Fundación de Ayuda a Niños/as y Adolescentes en Riesgo (ANAR) revelara que las ideas suicidas en menores se han multiplicado casi por 20 en la última década y las relacionadas con autolesiones, lo han hecho por 56.

La genética, el clima y hasta la luz y la época del año son factores que no podemos alterar y está claro que influyen en esos números. Pero también hay análisis más conductistas que señalan otros causas más específicas, que tienen que ver con las particularidades de cada época, sus usos y sus costumbres; y ahí sí se puede y se debe hacer cambios.

Los sociólogos arrojan posibles claves: el impacto de la pandemia en los pequeños, la dificultad de los padres para conciliar y la consiguiente ausencia de los mismos (al menos de forma física) en la vida de sus hijos, o el peso de los móviles y las redes sociales en las nuevas generaciones, que conllevan el acceso libre de los pequeños a ciertas informaciones.

Todas esas circunstancias convergen en un mismo punto: la soledad de los menores. Paradójicamente nunca hemos crecido tan solos y a la vez tan expuestos y observados. Vivimos tiempos complejos en el que se puede tener una comunidad virtual que a veces raya la multitud, mientras que las presencias palpables y reales de nuestro entorno: padres, hermanos, abuelos, tíos, primos e incluso amigos, son cada vez más limitadas y lejanas.

A los más jóvenes les escasean los referentes cabales de fortaleza mental. No gurús, ni ‘influencers’, ni héroes de pacotilla hasta las cejas de botox. Ejemplos reales y cercanos, portadores del sentido común más crudo y cotidiano. Mayores que les ayuden a poner los pies sobre la tierra cuando haga falta y les enseñen aquello de que el vaso hay que verlo siempre medio lleno. Que les insuflen seguridad en ellos mismos y en el futuro. Estos días se ha hecho viral un vídeo de una joven en Tiktok, que cuenta con miles de seguidores, y que mientras llora desconsolada pide que «alguien la mantenga», porque asegura que siente que «no nació para trabajar». Si mis abuelos, o cualquier abuelo de los de antes, escucharan sus lamentos, no darían crédito al comportamiento de la moza y se echarían las manos a la cabeza por la manera en la que algunos jóvenes tienen el norte completamente perdido.

Qué falta nos hacen esos seres que parecían estar hechos de ‘otra pasta’ en este primer mundo nuestro, cada vez más globalizado y ‘blandito’. Gente cuerda, coherente y luchadora que llamaba a las cosas por su nombre y que afrontaba la vida y sus baches, con menos medios y muchos más arrestos.

Algo se ha roto en esa cadena de aprendizaje en la que los más jóvenes recogían de sus mayores, no solo de sus palabras, sino de sus hechos, las herramientas para encarar las adversidades. Nuestros niños son nuestro reflejo, pero también nuestro espejo. El hecho de que las enfermedades mentales sean cada vez más habituales entre ellos es un síntoma de que no lo estamos haciendo bien y no vale con solo recordarlo el día que toca y seguir con nuestras vidas. Hay que buscar soluciones y cambiar cosas y hacerlo ya.

*Periodista

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