Opinión | La curiosa impertinente
Los vigilantes de la playa
«Son héroes cotidianos que prevén y vigilan mientras los demás disfrutan»
Los vigilantes de la playa fueron héroes televisivos durante generaciones. La ministra Montero, debido a su primaveral edad, desconocerá la mítica serie, pero hoy censuraría ceñuda tal exhibición gloriosa de cuerpos normativos haciendo el bien, demasiado para su obsesivo y poco ocupado cerebro, encerrado en esa hermosa cabeza que adorna su normativo cuerpo. He pensado en eso en estos momentos tan críticos para nuestras verdaderas libertades, pero, empeñada en no amargarme el verano, me he obligado a que fuera solo un poquito. Y, como la edad no perdona, me ha dado por recordar que, aunque ahora estamos acostumbrados a estos rescatadores domésticos nuestros de cuerpos no tan explosivos como Pamela Anderson, que, en sus torretas simétricamente levantadas a lo largo de nuestras cuidadas playas, nos protegen con amabilidad y eficacia, en la España de mi niñez a los niños nos rescataban de las olas los vecinos y, si nos picaban las medusas, chillábamos y nos aguantábamos sin que a nuestros despreocupados padres se les ocurriera llevarnos a un centro de salud.
Por entonces había muchísima más chiquillería en la playa que ahora. Cuerpos blancuzcos de los que veníamos todos los años de las capitales, flacuchos casi todos, pues en la época los juegos eran en la calle, se comía más bocadillo de chorizo y pan con chocolate negro que bollería industrial y no se conocían los ordenadores. Cuerpos más morenos de nuestros amigos del pueblo, con los que nos juntábamos solo en verano para mezclar pequeños mundos urbanos y pescadores en una fraternidad que solo se consigue en la infancia.
Los vigilantes de la playa del pueblo han tenido que rescatar de las aguas a un bañista con minusvalía que disfrutaba de su merecido baño en un mar empeñado en demostrar que la naturaleza se impone al minúsculo ser humano. La tragedia aguarda incluso cuando reina el solaz y el sosiego. Gracias, desde aquí a estos héroes cotidianos, que como tantos otros ángeles guardianes prevén y vigilan mientras los demás disfrutan. Y sin darse pisto.
*Profesora
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