Diario Córdoba

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Carolina González

el triángulo

Carolina González

Fuego

Cuánto dolor producen los incendios. Ver el fuego tragárselo todo a su paso. Escuchar el crujido de los árboles, el chisporroteo de las llamas. Sentir la rabia y desesperación de vecinos y efectivos que poco pueden hacer ante el avance del desastre. Los primeros, salir de sus casas mirando de reojo para grabar en su memoria la última imagen de su hogar y cruzar los dedos para que el final solo llegue a la puerta. Los segundos, trabajar sin descanso y esperar que el viento juegue en su equipo. Cuánta frustración.

El de Ateca nos tiene estos días en vilo. Antes fue el de Nonaspe aquí y otros tantos en el resto del país: Zamora, Orense, Barcelona, Málaga... Verano, altas temperaturas y fuego, siempre la misma historia.

La huida de un hombre en llamas en el incendio de Zamora es escalofriante. Seguro que han visto, incluso varias veces, la solitaria batalla de un vecino con su excavadora intentando hacer una zanja para impedir o retrasar el avance de las llamas hacia la población. El rojo vivo lo engulle. A él y a la máquina. Entonces su silueta aparece entre la nube de la humo emprendiendo una carrera angustiosa. Consigue salir del infierno, aunque con un 80% del cuerpo quemado y el alma absolutamente encogida.

Es la peor parte del verano, de las vacaciones, de la ilusión que todos tenemos cuando pensamos en el buen tiempo y en el merecido descanso que nos toca vivir después de un año intenso de trabajo y rutina. Qué pronto desaparece esa sensación gratificante cuando nos topamos de frente con el peligro acechando nuestros pueblos, nuestros árboles, nuestro patrimonio, nuestra vida.

Dicen algunos expertos que la extinción es el eslabón final de la cadena en la lucha antiincendios. Que la prevención comienza en el monte, en la construcción de infraestructuras como tomas de agua o pistas forestales, en la poda, en el desbroce, en la limpieza, en la gestión forestal, en definitiva. El cambio climático está provocando una alteración del medio natural y las condiciones meteorológicas, por ello requiere una reorganización en la planificación.

Aparecen cambios que obligan a rearmarnos. Sin embargo hay cosas que siguen ahí. Por ejemplo, que la mano del hombre está detrás de muchos de estos incendios. Bien sea por imprudencia o voluntariamente, la desgracia parte de nuestros pasos, de nuestros dedos, de nuestras acciones. No basta con ser cuidadoso ni precavido. Resulta imprescindible ser consciente y responsable. La destrucción llega en segundos, lo difícil es crear y levantar. El tiempo que necesitarán las zonas asoladas será eterno comparado con los días que habrá costado arrasarlo todo. Y lo peor de todo es que esto, parece, solo acaba de empezar.

* Periodista

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