Diario Córdoba

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Miguel Aguilar

La vida por escrito

Miguel Aguilar

El valor de no hacer nada

Tendemos a llenar el tiempo de todas las facetas de nuestra vida con más y más actividades

No sé cuándo se inició esta tendencia, pero lo cierto es que vivimos con un estilo marcado por la necesidad de llenar nuestro tiempo. Este proceso de llenado tiene varias vertientes, dependiendo de que se trate de tiempo de trabajo, tiempo para el mantenimiento del cuerpo, tiempo para la diversión o tiempo para las relaciones. Pero en todas esas facetas de nuestra vida tendemos a llenar el tiempo con más y más actividades. Más trabajo, más productos de consumo, más viajes, más amigos y conocidos en redes cada vez más complejas. La idea de dejar el tiempo vacío, dejarlo fluir sin hacer nada, nos hace sentir que lo estamos perdiendo. ¿Por qué ocurre esto?

La agilidad, la optimización y la eficiencia son ideales que se han ido convirtiendo en principios para todo en la vida, tal vez permeados a la vida general desde el mundo de la industria, aunque la industria se inspire a su vez en la naturaleza. La aplicación de esos principios conduce inevitablemente a un ritmo cada vez más rápido. Si lo que antes me llevaba un día y ahora resuelvo en una hora, el resto del tiempo no me quedo en blanco disfrutando del silencio, sino que lo vuelvo a llenar de cosas.

También es cierto que algunos movimientos como el slow life han sugerido la posibilidad de que la lentitud pueda ser una cualidad deseable de la vida. Pero los jóvenes siguen prefiriendo la ‘fast food’ y demás formas rápidas de vivir como hacer el amor sin ni siquiera conocer a la otra persona. Donde antes cabía una vida ahora parece haber tiempo para varias en una misma persona. Los adolescentes ya tienen la experiencia sexual de los adultos de antes, y una pareja de mediana edad ya ha tenido tiempo para crear una familia, medio criar a algún hijo y dispuestos ambos a rehacer sus vidas y montar otras familias. Puede que sea ese ‘horror vacui’ que parece gritar por toda la naturaleza. Y parece que se escapa a nuestro control. Es algo que vivimos porque estamos inmersos en ello.

Entonces, ¿qué pasa con los que no vivimos ni lo que sería una vida tradicional normal? Recuerdo el gusto que tuve siempre desde muy niño de ver pasar las horas muertas. Y el disgusto por tener que llenar los días, los meses, los años, con actividades programadas, la mayoría sin sentido para mí. Siempre vi el tiempo como un hermoso lienzo blanco que me costó trabajo manchar. Solo fui llenándolo obligado por la necesidad y siempre más rápido de lo que era mi gusto. Quizás por eso nunca llegué a formar una familia, ni he viajado a todos los paraísos del mundo, ni tengo muchos amigos, ni estoy en las redes sociales. Sí tengo un trabajo decente, uno para el que hace falta mucha resistencia y que casi todo te dé igual; y quizás por todo lo anterior, ahorro sin ni siquiera pretenderlo. El dinero, en mis manos, no es combustible para acelerar mi tiempo. Aunque, según la ley del gasto en la naturaleza, eso no importa, porque puede que mis sobrinos lo quemen en unos días cuando llegue el momento. Sea como sea, siempre me he visto impulsado o arrastrado a no hacer nada. De algún modo he sentido que eso tenía sentido y utilidad en mi vida. Es algo parecido a lo que ocurre con el mal llamado ADN basura, al que ahora se le atribuye un papel importantísimo en la arquitectura y la funcionalidad de los cromosomas, los almacenes de la información genética.

El tiempo vacío no es un tiempo perdido; también tiene su sentido y su utilidad. Ese silencio sostiene y realza la acción. Y esto es así en todas las facetas de la vida. Si demostramos ser eficientes, esa eficiencia constante acabará por no lucir, porque nuestro jefe nunca estará satisfecho. Si comemos un plato tras otro, el último sabor eclipsará a los anteriores. Y lo mismo con las relaciones personales y el amor. Además, cuando se vive a gran velocidad se pierde la densidad de recuerdos, como si el número de fotogramas de la vida estuviera limitado. Vivir más deprisa no significa vivir más. Mientras que no hacer nada le da más intensidad y profundidad a la vida.

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