Diario Córdoba

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Sebastián Muriel Gomar

TRIBUNA ABIERTA

Sebastián Muriel Gomar

Simplificar

Las simplificaciones lingüísticas encierran comprimidos de lo que te interesa y faltan a la verdad

Simplificar es una palabra compuesta por dos raíces latinas: simplex (simple) y facere (hacer), es decir «hacer más sencillo». Curiosamente, mientras que en matemáticas simplificar nos conduce al mismo valor de una fracción, doce veinticuatroavos equivale a un medio, no ocurre lo mismo con el lenguaje: las simplificaciones lingüísticas nadan en confusiones y encierran comprimidos de lo que te interesa, faltan a la verdad y, concienzudamente, envuelven el todo con la parte. Simplificar es un arte que empobrece la realidad al despejarla de matices y razones; en el fondo se trata de vendernos un blanco y negro ocultando los colores. En sus antípodas está sintetizar, donde la brevedad y lo fundamental se dan la mano al reunir, a modo de resumen, el mayor número posible de elementos dispersos relacionados con el tema en cuestión.

Cuando era niño, al llegar a casa mi madre me preguntaba: ¿Dónde has estado?: «Por ahí». ¿Con quién?: «Con los amigos». ¿Qué habéis hecho?: «Ná». Pero ¿Algo habréis hecho?: «Jugar». Por ahí podía ser cualquier lugar de Alcaracejos tal como casa, campo, calle, camino o carril. Amigos los había desde la comunión diaria a siete salvajadas por minuto. «Na» era nada y era todo y el abanico de «juegos» pasaba de los veinte, algunos, desde luego, inconfesables. Mis simplificaciones eran oro puro y me ayudaron mucho. Pero claro, que yo me comportara así, durante mi niñez, tiene escasa o ninguna importancia, pero que ante asuntos complejos, la simplificación sea norma general y cotidiana en el discurso político de esta España nuestra es demasiado fuerte: el derecho de la ciudadanía a la información resulta mutilado al hacer nuestros ingeniosos representantes un uso perverso de la palabra al ocultar explicaciones.

Podemos encontrar simplificaciones en las definiciones, en las respuestas, en los análisis, en las descripciones, en los diagnósticos o en una evaluación. La simplificación es una mala hierba que crece en cualquier sitio y cuela fácilmente entre las grietas de la ignorancia ante la ausencia de un pensamiento crítico. Las hemerotecas, por desgracia, están llenas de simplificaciones y no entienden ni de democracias ni de dictaduras, aunque no debiera ser así: Resumir el periodo que va desde 1939 a 1964 como «25 años de Paz» fue una mentira inteligente del Sr. Fraga. ¿Qué pensar del «España es diferente» que no nos decía ni como era España ni en qué se diferenciaba del resto de países? ¿Quién no ha oído que el paro es culpa del mercado o que para mejorar la productividad hay que ganar más y trabajar menos? Más reciente es el «España nos roba» de los catalanistas radicales o que a Pedro Sánchez le sisan 2,5 G de información y se nos dice que: «No hay mensajes comprometidos en el teléfono del presidente». ¿Qué tenía Sánchez en su móvil¿ ¿Las fotos de los jardines monclovitas y la reserva en una pizzería? Mejor no decir nada. Llamar franquista a la derecha o comunistas a los de Podemos no deja de ser una aberración por muy simplificada que esté. Algo parecido ocurre al afirmar que los indultos a los condenados por sedición y malversación se dieron para mejorar la convivencia y que Bildu tiene «sentido de Estado» solo por votar a favor en una votación. Afirmar que solo crispan los otros y que solo los otros son corruptos es una simplificadora falsedad porque generaliza, además de ser un disparate de una superinteresada miopía política. Los oradores reduccionistas distorsionan la realidad.

Ante esta lacra de la simplificación hemos de incorporar, pedagógicamente, la complejidad en el análisis y en la acción porque todo está conectado y esas conexiones son las que dan consistencia y permanencia a las soluciones. Nada mejor que un facilismo populista para dominar y desmovilizar conciencias, personas y proyectos. Son los sueños los que impulsan hacia nuevas metas. Don Quijote vive su largo sueño como deshacedor de entuertos y toda la gran novela cervantina se desarrolla con en ese telón de fondo.

Pensar y actuar desde la complejidad requiere una democracia activa, donde el diálogo y la confluencia de argumentos abran nuevas soluciones. La complejidad, al contrario que la simplificación, no puede sin el otro y muestra los valores del buen gobernante. Caso curioso es el de la pobreza, que cuanto más intensa es más intervenciones complejas necesita para disminuirla o solucionarla: no es cuestión de dar dinero sino de transformar las condiciones que rodean a la gente para que les permitan construir un proyecto de vida.

*Profesor jubilado

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