Andalucía es hoy una fiesta mariana, tras la llegada y la presentación de todas las Hermandades, en torno al santuario de Nuestra Señora del Rocío. La de Córdoba salía también de la Real Iglesia de san Pablo, para hacer el camino durante nueve jornadas de intensa devoción a la Virgen, aclamada entre cantos y júbilo, con entusiastas «Vivas»: «¡Viva la Virgen del Rocío! ¡Viva la Blanca Paloma! ¡Que viva la Madre Dios!». Hoy, en la solemnidad de Pentecostés, la gran fiesta en el Rocío, cada hermandad con su reluciente «Simpecado», en un incesante estallido de religiosidad popular. Será recordada de nuevo la figura del papa Juan Pablo II, ya en los altares, peregrino también al santuario del Rocío, donde se postró ante esta sagrada imagen de la Virgen, en su visita a España, en el año 1993. Y las Hermandades tendrán también un recuerdo especial para el cardenal Carlos Amigo, recientemente fallecido. Juan Pablo II dejó como recuerdo de su visita al Rocío, un importante discurso, con mensajes de permanente actualidad. Primero, alentó a las Hermandades a vivir una auténtica devoción a María, modelo de nuestro peregrinar en la fe, y a dar testimonio de los valores cristianos en la sociedad andaluza y española. «Vuestra devoción a la Virgen, subrayó Juan Pablo II, representa una vivencia clave en la religiosidad popular y, al mismo tiempo, constituye una compleja realidad socio-cultural y religiosa. En ella, junto a los valores de tradición histórica, de ambientación folklórica y de belleza natural y plástica, se conjugan ricos sentimientos humanos de amistad compartida, igualdad de trato y valor de todo lo bello que la vida encierra en el común gozo de la fiesta. Pero en las raíces profundas de este fenómeno religioso y cultural, aparecen los auténticos valores espirituales de la fe en Dios, del reconocimiento de Cristo como Hijo de Dios y Salvador de los hombres, del amor y devoción a la Virgen y de la fraternidad cristiana, que nace de sabernos hijos del mismo Padre celestial». No se podría decir mejor ni con mayor claridad el verdadero sentido de la «religiosidad popular». Por eso, inmediatamente después, el Papa, en su Mensaje, llamó la atención sobre el peligro de reducir la religiosidad a meras expresiones costumbristas: «Sería traicionar su verdadera esencia. Es la fe cristiana, es la devoción a María, es el deseo de imitarla, lo que da autenticidad a las manifestaciones religiosas y marianas de nuestro pueblo. Pero esa devoción mariana, tan arraigada en esta tierra de María Santísima, necesita ser esclarecida y alimentada continuamente con la escucha y la meditación de la Palabra de Dios, haciendo de ella la pauta inspiradora de nuestra conducta en todos los ámbitos de nuestra existencia cotidiana». Aquellas hermosas palabras de Juan Pablo II serán siempre recordadas por las todas las Hermandades, no sólo las del Rocío, sino las de la Iglesia universal. El Papa mostró su felicidad y su alegría, con estas palabras: «Queridas hermanas y hermanos rocieros: Me siento feliz de estar con vosotros en esta hermosa tarde, aquí, en este paraje bellísimo de Almonte y ante este bendito Santuario, en el que acabo de orar por la Iglesia y por el mundo. A Ella, nuestra madre celeste, he pedido por vuestro pueblo andaluz y español, pueblo fundamentado en la fe de sus mayores y que vive una ardiente esperanza de elevación humana, de progreso, de afirmación de su propia dignidad, de respeto a sus derechos y de estímulo y ejemplaridad para cumplir sus deberes. He pedido a María que siga concediéndoos, en la alegría de vuestra forma de ser, la firmeza de la fe, y engendre en vosotros la esperanza cristiana que se manifieste en el gozo ante la vida». Hoy, el Rocío es una fiesta de colores y emociones, de sentimientos intensamente fraternos, de luz y de alegría, como frutos y dones del Espíritu Santo en Pentecostés.