Con alumnos de diez años, debatía un día el tema de qué hacer en el futuro. Yo les preguntaba: «si ahora mismo pudierais elegir, ¿qué os gustaría ser de mayores?» Por unanimidad contestaron: «reyes, princesas, famosos... ¡Cosas así!» Una chavalilla, de pronto, me interpeló: «y a ti, maestra, ¿qué te gustaría ser?» «A mí» -contesté-, «lo que soy: maestra y escritora». «Los maestros y los escritores -concluyeron todos- no tienen poder». Terminó el debate: «Seguiremos» -les dije-. «Ahora no tenemos más tiempo». En silencio, retomaron su trabajo. De pronto, exclamé en voz bien alta y como sobresaltada: «¿Qué ha sido eso? ¡Qué extraño! ¡Qué cara más rara se ha asomado a la ventana! Voy a echar la persiana». Los alumnos/as exclamaron: «¡Qué miedo, seño! Llame al director». «El director -contesté- no está en el centro, pero escuchad un momento. En un instante os he dicho una mentira y una verdad. Todo lo habéis creído. Es mentira que alguien se haya asomado a la ventana y es verdad que el director no está en el centro, pero quería demostraros que el poder, a veces, solo es el arte de engañar a los demás...» Un alumno me interrumpió: «¡Sí, sí, mi padre dice que ese es el poder de los políticos!» «La verdad también es poder y hay políticos que no engañan» -añadí-. El mismo alumno exclamo: «¡Bueno, pero casi nadie los cree!», «el poder de la verdad es chico, ¿cuál es el tuyo?». «Como todos, ya lo habéis visto» -contesté-, «puedo tener los dos, pero estar seguros de que solo ejerzo el poder de la verdad». El alumno exclamó de nuevo: «¡Eso ya lo sabía yo!» Aquel día aprendí algo importante: los alumnos/as creían en mí ciegamente. No obstante, en aquella ocasión, y aún con la mejor voluntad de que entendieran que el poder no es solo cosa de los «grandes y populares», les había mentido. ¿Seguirían teniendo su total confianza en mí? Jamás, jamás -escribí- se debe usar la mentira como arma. No hay justificación que valga. «Más vale ser vencido diciendo la verdad, que triunfar por la mentira». Gandhi.
* Maestra y escritora