Diario Córdoba

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Diego Martínez Torrón

Nuestra cultura

La civilización nos ha traído la uniformidad de pensamiento que ha devorado la mente de los jóvenes

Cuando ya no comprendes tu mundo es que ya perteneces a otro. Le pasó a Azorín con el surrealismo, por eso su libro ‘Superrealismo’ (1929) no comprende nada de ese movimiento. Aunque para mí que hubo tres oleadas de surrealismo: la del gran Paul Éluard y el gran Lorca en los años 20; la del gran Octavio Paz y Carlos Edmundo de Ory en los 50 y 60 -Robert Desnos en Francia-; y la de los novísimos y la generación poética del 70, hasta el Madrid postmoderno de los años 80.

Veo en TCM la impresionante y desternillante película, con guion y dirección de José Luis Cuerda, ‘Amanece que no es poco’ (1988), que pertenece a esta tercera hornada que he mencionado. Tremenda y divertida sátira, y delirante argumento, con un coro de geniales actores. ¿Habría otro país en que se pudiera haber rodado algo parecido? Pienso que tampoco, incluso en la época de la censura franquista, las películas de Luis García Berlanga, superior para mí al genio de Federico Fellini, se habrían permitido en ningún otro país.

Me siento orgulloso de nuestro cine. De películas como ‘El milagro de P. Tinto’(1998) de Javier Fesser. Y más recientemente ‘Blancanieves’ (2012) de Pablo Berger, con sus tomas en blanco y negro a lo ‘Ciudadano Kane’, transformando un relato infantil en una terrible historia de incomunicación trágica.

Y veo en ese mismo canal TCM tras tantos años, ‘El espíritu de la colmena’ (1973) de Víctor Erice, con guion del propio Erice y del escritor Ángel Fernández Santos.

Me quedo absorto en cada toma de la cámara, con sus colores peculiares de tono acertadamente miel. Y me pierdo en la poesía de los viejos pueblos de casas de piedra y suelos de piedras, en los que resuena el sonido de las pisadas de las dos niñas, el gran Fernando Fernán Gómez, y la bella Teresa Gimpera.

‘El mundo mágico’ de Víctor Erice. Grande siempre este director, lleno de autenticidad y de sentimiento, de arte verdadero. Como la bellísima ‘El Sur’ (1983) -diez años entre las dos películas, entre tanto- e incluso ‘La luz del membrillo’ (1992) -casi otros diez años en medio-.

Magnética cinta ‘El espíritu de la colmena’, con escenas antológicas como la conversación nocturna en susurros de una Ana Torrent de ojos inmensos y de Isabel Tellería. Una película que recoge la vida de los pueblos, con sentido de la belleza y de la vida verdadera, por más que de trasfondo salvaje.

Pienso que esa es la terrible tragedia de la España vaciada, la hermosa España vaciada a la que casi nadie importa, pese al lirismo y la belleza de la vida de esos viejos pueblos y esas viejas gentes: tantos pequeños agricultores y ganaderos, tantos artesanos de oficios que se pierden y de quienes nadie hoy día se acuerda... Nuestro espíritu como nación...

La cultura aún existe en determinados circuitos. En las universidades. En los museos y las salas de música clásica. En mis alumnas, a las que me referí en otro artículo. Pervive en algunas colecciones. Pero creo sinceramente que está seriamente amenazada de extinción.

La cultura existe en el buen cine. La cultura existe. Y no es la de la masa zafia que siembra la bella Sierra de Córdoba con sus plásticos, y tira las mascarillas al suelo: les recomiendo que comparen la belleza impoluta y limpia de los montes asturianos.

Da gusto a veces revisitar estas viejas películas. Ver también películas inglesas en versión original sin subtítulos, con un inglés comprensible y elegante, frente a la dicción del inglés de las vulgares películas de acción actuales. Y el peculiar universo lírico de las viejas películas francesas, con su hermoso idioma...

Y me pregunto qué nos ha traído la civilización. La uniformidad de costumbres y pensamiento. Una especie de chicle gigantesco que ha devorado la mente de los jóvenes. Idiotas virtuales, que viven una realidad paralela. Todo el mundo leyendo los mismos best sellers policíacos y novelones pseudohistóricos. Todo el mundo viendo y haciendo las mismas películas infames policíacas o de terror, imitaciones del cine norteamericano. Todo el mundo siguiendo las mismas series alienantes en la televisión, que parece que nos van a descubrir el mundo de las conspiraciones más secretas. Trivialidades. Todo el mundo con la misma música vulgar, nosotros que en nuestra juventud convertimos la música moderna en una singular y rica forma de rebeldía y creatividad incomparables.

Queda en pie tan solo la música clásica: la maravilla de quienes buscan lo sublime y la perfección de la belleza, como auténtico arte difícil.

Existe la maravilla de la música clásica.

Y en literatura nos quedan los clásicos. El gusto por lo de siempre, por lo que ha superado el tiempo. Por lo eterno.

Tan pocas obras literarias hoy día que merezcan la pena. Es verdad que aún podemos recluirnos en la lectura de nuestros clásicos. Pero desaparecen las colecciones de clásicos anotados, y desaparece todo un hermoso concepto de la vida y el arte que nuestro país tenía con personalidad propia, ahora anegada en la uniformidad sin relieve de la civilización tecnológica. La tecnología, como la ciencia, ofrecen muy valiosas dimensiones de progreso, pero desde el punto de vista cultural aportan ahora de momento un erial: han conseguido hacernos olvidar nuestra cultura, lo que éramos como nación.

Naturalmente que se salvan algunas magníficas obras aisladas, pero hablo de lo que es una tónica general.

Me parece evidente que la época más feliz de la cultura occidental ha sido la de los años 60, 70, 80 y 90. Y ello se refleja en el cine y en la música popular de ese momento.

O quizás es que ya no pertenezco a esta época y no la comprendo.

Y me pregunto si, paradójicamente, ahora el verdadero espíritu de progreso no reside precisamente en la tradición.

* Catedrático de universidad y escritor.

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