Diario Córdoba

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Jose Cobos

‘Picaos’ y ‘Marías’ en San Vicente de la Sonsierra

Los disciplinantes se pican por fe, por una promesa o bien como forma de renovar la tradición

La flagelación, recogida ya en la ley mosaica y practicada desde la Antigüedad Clásica, fue más atroz que el fustigamiento. Aquella era a veces incluso el preámbulo legal para la ejecución: los condenados a crucifixión eran azotados durante su trayecto hacia la cruz. Golpes dieron los amos a los esclavos; a los niños, sus padres y profesores, con los consabidos cachetes y palmetazos que aún se recibían en mi generación, no solo aquí, sino en otros muchos países. Fue utilizada la flagelación como método de tortura y como parafilia en la práctica sexual. También en la religiosa, cuando se entendió como disciplina y mortificación de la carne mediante el dolor, siendo práctica habitual en rituales ascéticos o como castigo de purificación, con el azote en la espalda o en otras partes del cuerpo. Tampoco puede olvidarse que se utilizaría por la Iglesia como tormento, al menos mientras conservó su vigencia el tribunal de la Inquisición, así como penitencia en los cenobios de la cristiandad. En efecto, el azote fue adoptado como una forma más de sanción en la disciplina monástica a partir del siglo V y siguientes, cuando los monjes transgresores en lugar de ser excomulgados eran flagelados con saña, siendo dicha práctica incluso mencionada en sus propias reglas fundacionales y utilizada como método para conservar la disciplina. De igual manera, desde Gregorio IX, el Derecho Canónico la reconocía como castigo para los clérigos, apareciendo durante la modernidad en la legislación eclesiástica contra los delitos de blasfemia, concubinato y simonía. Se escribieron tratados alabando la autoflagelación, como mortificación y penitencia, práctica muy propensa al abuso, como acaecería con la secta de los flageladores. Durante la Edad Media, y hasta bien entrado el ochocientos, hubo cofradías de disciplinantes cuyos miembros se azotaban en templos o durante el recorrido por las calles de las procesiones. Este movimiento surgió en Italia, como una manifestación de la idea de que bastaba participar en los cortejos para redimir el pecado y salvarse por méritos propios, sin necesidad de la intervención de la Iglesia.

En nuestro país tales cofradías se remontan al siglo XV, siendo la flagelación penitencial frecuente en España hasta que Carlos III la prohibió. Sin embargo, en la zona de la Sonsierra, en el pueblo de san Vicente, persiste hasta nuestros días gracias a la cofradía de la Veracruz, que desde comienzos de la modernidad se encargó de mantener con pureza la tradición de disciplinantes de los «picaos», una de las más conocidas y populares durante la Semana Mayor en España. En 1799 se intentó prohibir sin éxito, ya que siguió siendo practicada de forma privada. En 1998 se declaró de interés turístico regional; en 2005, de interés nacional. Aquí, en esta localidad de la Rioja Alta, los disciplinantes se pican por fe, en cumplimiento de una promesa o bien como forma de renovar una tradición de más de cinco siglos. No se conoce la identidad de los participantes, que con celo guarda la cofradía, aunque no todos pueden llegar a serlo, ya que para picarse hace falta el permiso de la Junta Calificadora, que lo concede cuando el párroco de la iglesia a la que el autoflagelante pertenece da el visto bueno a su participación. El ritual es anterior a 1551, fecha en la que se aprueban los estatutos de la hermandad; en ellos ya se menciona como práctica de tiempo inmemorial, la cual se efectúa durante la procesión de la Cena, en la Hora Santa del Jueves, o bien tras la salida del Vía Crucis hasta el Calvario y en el cortejo del Santo Entierro.

La hermandad cuenta con unos 150 cofrades y medio centenar de hermanas. Estas últimas, con el rostro cubierto, manto de la Virgen de los Dolores y descalzas, participan en el cortejo como «Marías». La cofradía es la que presta el hábito, cíngulo y capucha blancos, así como la capa parda con la cruz a quienes se disciplinan ante la Virgen de los Dolores, Ecce Homo, Santa Cena, Azotes, Negaciones del Gallo, Magdalena, Cirineo y Sepulcro. Hasta su inicio no se conoce el número de penitentes, todos mayores de edad y católicos, quienes se infligen en la espalda entre 750 y 950 golpes rítmicos y secos con la «madeja», flagelo de cuerdas de cáñamo, mientras reciben ayuda del cofrade asignado como guía, quien les ofrece consejo y protección durante la penitencia. Los hematomas, mediante un ritual típico, son pinchados por el «práctico» con la esponja (bola de cera con 6 puntas de cristal), practicando en ellos doce picaduras, que se corresponden con el número de Apóstoles. Después se les azota para que la sangre fluya y se alivie así el dolor sufrido. En la ermita de san Juan de la Cerca, a las heridas se les aplica como cicatrizante agua de romero hervida y mantenida al sereno durante todo un día. Después los cofrades los cubren con la capa y los acompañan hasta su casa. La ceremonia queda así consumada.

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