La actividad política responde a una doble dinámica, el predominio de las continuidades o el de los cambios según el momento y quién desempeña la responsabilidad de gobierno. Siempre que iniciamos un año se agolpan las previsiones sobre cuál será el futuro inmediato, si entramos en una época de estabilidad o de alteración en el contenido de las diferentes políticas públicas como las reformas legales que siguen esperando paso, en el cambio de liderazgos y grupos que ocupan las posiciones institucionales o hasta dónde alcanzan las transformaciones en el ámbito simbólico, las que afectan a los valores sociales o a las culturas políticas dominantes. La actualidad presta mucha más atención a la espuma de las olas que son los cambios en políticas y en personas, y menos al mar de fondo con más dificultades para su detección por su lento movimiento que son los cambios de valores.

Se aprecian en las nuevas formas de actuación, de expresión, de aceptación o de rechazo a la autoridad que protagonizan los actores sociales. Asumimos esos cambios como el que acepta el fallido final de nuestra serie favorita o nos los tragamos como necesarios a pesar de que nos sepan amargos, poco a poco, pareciéndonos anecdótico que se insulte a alguien desde un micrófono institucional, que se retuerzan los datos para encontrar justificación en la decisión política, o que la política del escándalo tape la de la inoperancia.

Esta transformación que ha permeado en nosotros con aparente facilidad nos ha separado más del respeto y colaboración con los agentes públicos. Hay una total sensación de caos en esta nueva explosión de la pandemia que ha llevado a cada uno de nosotros a buscar soluciones individuales. Algunas administraciones políticas han conseguido que, por fin, el hágaselo usted mismo calará como el discurso mayoritario, y para continuar con nuestros planes o encontrar una respuesta más rápida hemos asumido esa privatización de la atención sanitaria sin hacer un plante. Hemos priorizado la solución individual ¿en cuántos asuntos más podremos hacerlo? y vivimos en una realidad sanitaria alternativa que recuerda mucho a la economía sumergida en que siempre se ha movido una parte del país para sobrevivir a la crisis o para escapar del control de la administración percibido como abusivo. El sálvese quien pueda no es una reacción a la ilegitimidad de un Gobierno, que tanto busca la oposición nacional, sino a la percepción de incapacidad y puede tener a la larga las mismas consecuencias electorales. Transformar lo ineficaz de nuestras administraciones para conservar el Gobierno, así irá la ecuación.

* Politóloga