A veces el final del otoño transforma los caminos arbolados en sendas doradas con la primera luz de la mañana. Sobre todo si el viento no juega demasiado con las hojas caídas que, como todos sabemos desde el Bachillerato, son sus juguetes preferidos. Menos mal que en algunos casos no son ilusiones perdidas. Alguien debió colgar del árbol de los deseos de Yoko Ono, a la entrada del C3A, una etiqueta con anhelos de nuevos horizontes para el edificio. Y parece quedó bien prendida de sus ramas sin deslizarse, como otras, hacia el suelo. Al fin y al cabo el papel tiene también nombre de hoja y alma de vegetal. Sea llamado por ella, o por la intensa actividad cultural que estos días prodiga la ciudad, el acuerdo con la Fundación TBA21 anuncia nuevos caminos para la plástica en nuestra capital y ese ilusionante futuro de abundancia creativa y marchamo contemporáneo a cuyas puertas Córdoba venía llamando desde hace tiempo. Sea bienvenido.

Un tiempo de abundancia creativa que rememora la muestra sobre el Equipo 57 que acoge estos días el estilizado edificio de la ribera. Quizá más para leer que para ver, aunque todo se complemente. Las vanguardias son siempre transformadoras, pero el tiempo las destina a ir formando parte, poco a poco, de la Historia. Uno puede tratar de explicar a los más jóvenes de la familia que le acompañen en su visita los nexos de unión entre investigación plástica y reflexión científica. O hablarles de la interactividad entre color, línea y otros elementos, formando parte de un espacio dinámico, para encontrarse con que le responden «como la que se da a nivel de partículas subatómicas ¿no?». Y eso siempre que no asocien cualquiera de los dibujos expuestos a toda clase de diagramas cuánticos. Creo que deberé prestar más atención a los cómics de Marvel para ponerme al día (No sabrán ortografía pero en estos terrenos son temibles).

Temibles, pero muy recomendables. Y verdaderamente agudos, sobre todo los más pequeños, visitando los artísticos Belenes que se prodigan por estas fechas. No hay mejores acompañantes a la hora de descubrir y comentar los más asombrosos detalles y las figuras más atípicas, desde un perrito «como el suyo» hasta las pirámides de Egipto. Buena parte de su encanto está en lo sincrético. En un entorno musulmán puede aparecer una menorah y en uno hebreo el cervatillo de Medina Azahara; en un napolitano con mar al fondo nunca se sabrá si es el de Galilea o la bahía de Capri, y en el mundo de Playmobil conviven los Reyes, Papá Noel y cuanto pueda representarse en un click (o en cientos ).

Otro lento clic visual hace que, en muchos de ellos, los efectos especiales incorporen crepúsculos donde la luna aparece en todo su esplendor, recortándose tras la tumba de Keops, asomando sobre un cerro o viendo discurrir las nubes sobre un paisaje nevado. También entre estrellas y hasta compartiendo firmamento con algún inesperado meteorito. Claro que esperar ese anochecer ralentiza la cola, pero merece la pena. Donde se echan de menos sus rayos plateados es en la cuidada recreación del entorno del Puente Romano que combina, en las Tendillas, las noches de la ribera con el espíritu lorquiano y en el que no faltan los caminos, ni las jacas, ni las aceitunas. Pero sí una luna grande que completaría esa posible evocación. Aunque quizá para qué, dada la que suele asomarse al cielo de la plaza. Entonces se convierte en un Belén con luna de gala.

Y un espacio de Gala sirve estos días de garaje a los ¿Buicks? ¿Cadillacs? ¿Plymouths? de Rita Rutkowsky siempre envueltos en un poco de misterio. Lo mejor de todo, dados los tiempos que corren, es que mantienen cerradas junto a ellos dos cajas de Pandora. Aunque una sea un poco sospechosa, ya que los duendes de imprenta han alterado en su etiqueta una vocal, transformándola en una suerte de variante épsilon de su compañera. Como la letra se corresponde con la mutación californiana del Covid puede que tan solo sea fruto de una atracción por los cercanos ‘haigas’. De epifanías habla el texto que abre la exposición. Y el arte –especialmente el de Rutkowsky y más aún en Navidad-- siempre es una manifestación mágica.

Para cualquier otro propósito mágico cabe encontrar una varita en el mundo de Harry Potter instalado en el palacio de Congresos, aunque me temo que el deseo oculto de todo visitante sea coger la rutilante escoba de quidditch que se expone y darse una vuelta por los alrededores constatando que los libros de Rowling siguen cosechando lectores.

Llegados aquí, los posibles lectores de estas líneas habrán reparado en el pequeño juego retórico de heterodoxa anadiplosis realizado, intentando plasmar, con algunos ejemplos, lo que es nuestra ciudad estos días. Un amplísimo abanico de propuestas que enlazar y disfrutar en recorridos de tarde navideña, cuando ya el dorado comienza a blanquearse de invierno en los caminos arbolados (para cerrar volviendo al principio).

* Periodista