Errare humanum est. Equivocarse es humano, por eso pedir perdón es una necesidad básica para la convivencia, que parte del reconocimiento de nuestros errores y del daño que causamos a los demás, pues no podemos vivir desde el rencor ni construir desde el resentimiento. Presupone una empatía con el dolor del ofendido, un acto sincero y sentido, profundo y espontáneo, y una disposición a reparar el daño causado. Como dice el catecismo católico, para recibir el perdón se requiere de examen de conciencia, dolor por las afrentas, propósito de enmienda, manifestar las faltas y cumplir la penitencia.

Ahora parece que está de moda pedir perdón, pero no todos son iguales. Está el perdón estratégico, ese que es sentido pero a destiempo, que busca la reconciliación sincera pero más simbólica que real. Es el perdón de lo que ocurrió siglos atrás, en cualquier contexto, que poco afecta a nuestras vidas salvo para reescribir el relato del pasado con los prejuicios de hoy.

Otro tipo de perdón, es el que se pide con la boca chica, cruzando los dedos, amagando con las palabras, sin decirlo expresamente. Es el perdón simulado, falso y oportunista. En esta crónica del olvido, Arnaldo nos dijo esta semana, desde el mismo palacio de Aiete donde hace ahora 10 años ETA «comunicaba el cese de la actividad» -como si cerrase la panadería del barrio-, que lamentaba el sufrimiento ocasionado a las víctimas «de todo aquello». Sin mentar los 3.000 atentados y los 863 asesinatos cometidos a sangre fría que sembraron de cadáveres y luto todos los rincones del país. Sin mencionar que «todo aquello» fue el terrorismo de los matones, sus cómplices y encubridores. Sin evocar que nunca estuvo justificada aquella violencia. Es el mismo Arnaldo que hace dos años distinguía las clases de víctimas y el sufrimiento «inevitable» al que sí tenían ellos derecho a provocar. Es el mismo Arnaldo que manifestaba que tras «el cese» no había ni vencedores ni vencidos. El mismo que expresaba, horas después de su simulada escenificación, que todo era una estrategia para poner en libertad a los varios cientos de criminales de ETA condenados en prisión, para lo cual se prestaría también en apoyar ahora los presupuestos generales del Estado, sabiéndose necesario para ello y donde ni existen líneas rojas ni cordones sanitarios ante su totalitarismo manchado de sangre: ya que se ha indultado a los sediciosos catalanes que atacaron la unidad del Estado a cambio de apoyos parlamentarios, la brecha está abierta en el sistema.

La portavoz del Gobierno lo ha dejado claro. Esta declaración «no es un paso suficiente». Lo mismo ha dicho el lehendakari vasco. Hacen falta hechos más allá de las palabras. Y Bildu unos días después se ha negado a condenar el terrorismo de ETA en el Senado. Y se siguen organizando homenajes, como si fueran héroes, a los asesinos múltiples que abandonan la cárcel tras cumplir sus condenas. Aunque el silencio de una sociedad vasca, sometida durante décadas al miedo, poco a poco se va diluyendo, aún estamos muy lejos de un acto sincero, de paliar las secuelas de tanta barbarie y de una reconciliación, real y necesaria. El perdón para ser concedido presupone un arrepentimiento del ofensor, más allá del «cese de la actividad», o de una actitud neutral o de cualquier excusa. No podemos blanquear a BILDU ni a SORTU. No podemos construir una democracia sin memoria. Quedan cientos de asesinatos sin aclarar. Hace 10 años se venció a ETA por la unidad frente al terror, sin concesiones de ninguna clase, con la determinación política de la Ley de Partidos de 2002, la acción policial y judicial, con el carácter retributivo de la condena penal y, sobre todo, con el sacrificio de muchas víctimas que hoy se sorprenden de este falso perdón y la acogida que algunos le han dispensado. Errare humanum est, perseverare autem diabolicum. Es decir, equivocarse es humano, pero perseverar es diabólico.

* Abogado y mediador