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HISTORIA EN EL TIEMPO

José Manuel Cuenca Toribio

Conversaciones en el taxi

Su opinión es índice elocuente del estado anímico de la sociedad española

Empecinado en su idea de otorgar gran crédito a la opinión de los taxistas como índice elocuente y expresivo del estado anímico de la sociedad española, el anciano cronista, en este arranque del curso académico y político, concede a los citados profesionales una valoración acertada en punto a cuál será el rumbo de la colectividad nacional en los próximos meses. Naturalmente, su pluma de devoto servidor de Clío ha de resaltar que se trata de una consideración en extremo personal y sin el menor relieve de vitola científica alguna, alejada, por ende, de cualesquiera parámetros de rigor investigador.

Algo cansado de leer en las últimas semanas numerosos y, en más de un caso, contradictorios juicios de especialistas en temas económicos sobre el inmediato futuro de materia tan esencial, el articulista preguntó, durante uno de sus viajes matutinos por el intrincado y bello callejero de la hermosa ciudad en la que tiene el privilegio de habitar, al taxista de la mencionada ocasión acerca de su postura en tal asunto. Con el talante mesurado que es característica de la mayor parte de los integrantes del gremio, su respuesta se apuntaba al optimismo. Con doce horas de trabajo cotidiano a sus espaldas, al igual que la casi totalidad de sus colegas de la histórica ciudad, creía que el augurio de los medios oficiales era, en la situación presente, asaz cercano a la realidad más estricta. Para él, la reincorporación completa al trabajo diario de la flota taxista de la ciudad constituía el refrendo irrebatible del comienzo de una coyuntura positiva y esperanzadora.

En plena y aún incierta en algunos planos crisis china de Evergrande y cara a la excruciante deuda pública y del no menor emborrascado e incesable desempleo, ratificar la susomentada opinión de un modesto y ejemplar taxista semeja ser poco menos que temerario por similar que se ofrezca al discurso oficial dominante. Es tan ancha la onda de pesimismo que inunda al país en la todavía también muy enigmática trayectoria de la pandemia, que un cierto optimismo frente al porvenir resulta casi obligado para cualquier espíritu de mínima conciencia social y patriótica. La responsabilidad y el compromiso con las jóvenes generaciones así imperiosamente lo demandan. Faltar a su angustiosa llamada en una coyuntura en que una de las principales palancas de su acceso al trabajo, la meritocracia, atraviesa igualmente un panorama desolador, equivaldría con harta probabilidad a escribir el capítulo más negro del vacilante itinerario del siglo XXI español en su etapa inaugural.

Ningún español o española querrá, desde luego, redactarlo; y menos que nadie el muy madrugador taxista confidente de alegría y esperanzas del articulista.

* Catedrático

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