En una ley de artículo único, de 8 de octubre de 1987, reza lo siguiente: «Se declara Fiesta Nacional de España, a todos los efectos, el día 12 de octubre». La exposición de motivos que lo precede también es breve, si bien no está exenta de cierta confusión, o al menos así me lo parece, porque se justifica por la necesidad de recordar un acontecimiento de «la historia colectiva», que sea «patrimonio histórico, cultural y social común», y que además sea asumido por la mayoría de los españoles. El objetivo era buscar un hecho histórico que debía representar «uno de los momentos más relevantes para la convivencia política, el acervo cultural y la afirmación misma de la identidad estatal y la singularidad nacional». Y se eligió la citada por considerar que en esa fecha culminaba un proceso importante en la construcción de nuestro Estado y porque se iniciaba también una etapa de «proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos». En conjunto, más parece una declaración de deseos acerca de lo que los legisladores querían que fuera esa fecha, porque es difícil pensar que signifique todo eso para una mayoría de ciudadanos, sin entrar en algunas afirmaciones carentes de rigor histórico.

Se intentó cerrar una cuestión abierta al menos desde 1892, cuando con motivo del cuarto centenario de la llegada de Colón a América, un Real Decreto estableció esa fecha como fiesta nacional, así como la obligación de celebrarla tanto en la Península como en las colonias. Pero habrá que esperar hasta 1918, con Maura en la presidencia del Gobierno, para que se instituya la fiesta mediante una ley que la consagra como «Día de la Raza», y con esa denominación se celebró durante muchos años, incluso a lo largo de la Segunda República, y luego lo conservaría la dictadura franquista hasta 1958, cuando la sustituyó por Fiesta de la Hispanidad, un concepto que ya desde los años 20 había sido defendido desde determinados sectores, sobre todo conservadores, primero el sacerdote Zacarías Vizcarra desde Argentina, y luego Ramiro de Maeztu, quien incluso encontraría el apoyo del cardenal Gomá, dado que ese nuevo concepto aparecía vinculado al catolicismo, que llegó a América de la mano de los españoles. Esa relación era fácil de establecer, por otra parte, puesto que en esa misma fecha se celebra el día del Pilar. Por ello no resulta extraño que la celebración de 1939, encabezada por Franco, se realizara en Zaragoza. En la retórica franquista el 12 de octubre quedaba asociado al espíritu católico, misional e imperial de España, tal y como ha explicado Zira Box. Con el final de la dictadura, en 1981, un Real Decreto estableció la Fiesta de la Hispanidad, a fin de conmemorar la «tradición cultural común a los pueblos de habla hispana». Una y otra vez, para buscar su identidad como pueblo, España buscaba en una acción hacia el exterior. Como explicó Carlos Serrano al hablar sobre esta celebración en su obra El nacimiento de Carmen, España «funda su identidad mítica sobre la reversión completa de los términos por los cuales había pensado a lo largo de la historia su relación con las posesiones ultramarinas; se convertía de repente en la hija de aquellas a las que siempre había tenido por hijas suyas». Y esa corriente fue la continuada por un gobierno socialista en 1987, y hasta hoy.

Y al hablar de fiesta nacional, mi generación la asocia de forma inevitable a la interpretación que hizo Paco Ibáñez de la canción de George Brassens, «La mala reputación», en una estrofa que el cantautor español tradujo como: «Cuando la fiesta nacional/ yo me quedo en la cama igual...», y que en francés decía: «Le jour du 14 julliet/ Je reste dans mon lit douillet...». No está de más recordar esas palabras porque dentro de diez días se cumplirá el centenario del nacimiento de Brassens.

* Historiador