El Consejo General de la Abogacía publicó hace una semana, para celebrar el día de la Asistencia Jurídica Gratuita y el Turno de Oficio, una campaña en la que distintos clientes contaban su experiencia con el servicio. El testimonio al que se daba más bombo concluía que «al abogado que pagas lo hace por conveniencia, por dinero, uno de oficio lo hace por vocación…No hay interés económico de por medio, lo hace para ayudarte». Gracias, Consejo, de verdad. Se siente una tan orgulloso de estar bien representado como cuando doña Victoria Ortega agradece al ministro de Justicia saliente el trato a la abogacía, y sus gestos delicados como habilitar el pasado agosto para vender la fineza, mientras comía gambas en un chiringuito, de que así entre todos se mitigaba el retraso del covid, cuando el retraso antes del covid era ya de tres o cuatro años al señalar y los únicos que no cogieron vacaciones fueron los abogados.

La cuestión es que se cree que la vocación es incompatible con cobrar. Para los abogados, obviamente. Uno puede tener vocación de futbolista o cirujano plástico y cobrar lo que quiera. Siempre habrá quien diga, eso sí, que el que tenía vocación no era el cirujano, sino un conocido al que no le dio la nota para entrar en medicina. Parece ser que la vocación o es enemiga de cobrar o habilita por sí misma para el desempeño de los oficios, aunque no se tenga el menor talento para ellos. Nunca se oye a alguien decir que su vocación es picar piedra. Siempre se tiene vocación de cantante, de médico o de atleta olímpico. Cosa que me parece natural y que se explica sola, pero, ¿por qué no iba a querer cobrar alguien con vocación?

El problema es que si alguien con vocación no cobrara por su trabajo, no daría servicio a los asuntos que no excitasen dicha vocación, que son la mayoría. Uno puede tener la vocación de ayudar a los demás, o defender a la víctima de un delito grave, o de deshacer una acusación injusta, pero no de contestar el teléfono a las tres de la mañana u organizar doscientos folios de documentos incompletos. La vocación es un impulso personal del trabajador hacia lo gratificante de una actividad. Es por lo que se sufre la parte mala de dicho trabajo. Se tiene vocación de cocinar, no de limpiar la cocina. Hacer las dos cosas no es tener vocación, es ser profesional. Y justo eso es por lo que se cobra, en el turno de oficio, en las designaciones particulares, en los conciertos, en las cocinas y en los quirófanos: por la profesionalidad y por la disciplina.

Suele ser indistinguible el trato que un abogado dispensa a sus clientes del turno del que da a sus clientes privados. La vocación, desde luego, es la misma. La inquina a los honorarios de los abogados, profesión en la que hay más mileuristas que millonarios, tampoco termina de entenderse. Siempre parecen excesivos, siempre se discuten. «¿Tanto por un papel?» «¡Si estaba ganado!» Porque siempre cuesta pagar el pensamiento, que es invisible, aunque defienda más que la piedra.

* Abogado