Aún resuenan los ecos de la cumbre mundial más corta de la historia, protagonizada por nuestro presidente y Joe Biden en Bruselas hace unos días, con motivo del encuentro de la OTAN, que con una expectación desmesurada se había vendido desde Moncloa. Nunca un ridículo fue tan notable y tan notorio. Explicar además, por el propio Sánchez a renglón seguido, que durante los 50 segundos del paseíllo no hubo sólo un saludo sino una conversación entre ambos mandatarios, y que la misma versó sobre reforzar los lazos militares y actualizar el acuerdo bilateral de 1988 entre ambos países, la preocupación por la crisis económica en Latinoamérica, la situación migratoria, y el beneplácito a la agenda progresista puesta en marcha por la nueva administración Biden y la vuelta a los consensos multilaterales, entre otras materias, además de tomadura de pelo es de un patético bochornoso del que uno siente vergüenza ajena. Máxime teniendo en cuenta que todos asistimos a ese encuentro, del que las cámaras nos dejan un testimonio incuestionable e incontestable, de lo que no fue una cita a ciegas sino un paseíllo bastante pretencioso. Como en la fábula del Traje Nuevo del Emperador, alguien debería decirle al rey que camina desnudo.

A parte de la desazón, varios mensajes nos deja ese relato. El primero de ellos, la intrascendencia actual de la política exterior y la debilidad de nuestro país en el concierto internacional. Un presidente estadounidense de gira por Europa, que encuentra espacios para reunirse con todos los mandatarios europeos, incluidos los de las tres repúblicas bálticas, apenas deja unos segundos al margen de la agenda oficial para encontrarse con Sánchez. Tal vez descartaran, puestos a pensar, un encuentro en los aseos o el ascensor para poder salir en la foto. No es de extrañar que se cuestione dicha insignificancia, cuando la Agencia Antidroga Americana, la DEA, investiga a otro expresidente español por la posibilidad de estar cobrando sus servicios a Venezuela con dinero proveniente del narcotráfico que sostiene dicho régimen. O las dudas que plantea el encuentro de la vicepresidenta de ese país, Delcy Rodriguez, con el ministro Ábalos y las 50 maletas que se introdujeron por nuestro aeropuerto sin control alguno. Debilidad que se ha mostrado con la crisis de Marruecos, que es prolongación del decaimiento interno de un gobierno que necesita coaligarse con socios que son contrarios al propio Estado, su unidad y estabilidad.

Otra consecuencia, es la manipulación evidente sobre el relato de lo ocurrido, que se realiza sin el menor rubor, con la total impudicia para decir públicamente lo contrario de lo que las cosas son. Nos preguntamos cómo se puede mantener la confianza en quien falta continuamente a la verdad y lo hace con tamaño descaro. No se puede engañar a todos, todo el tiempo. Pero la consecuencia peor de todas, a mi criterio, es la constatación de lo adormecida y anestesiada que se encuentra la sociedad española, que todo lo soporta, inmunizada desde años a toda clase de aberraciones e incapaz de llevar la cuenta y pasar factura ante tanto desatino. La salida popular y natural es la desafección de la política, visto además que en nuestro país no gobiernan las mayorías como sería lo lógico en una democracia, sino que el poder lo tienen las minorías filoterroristas e independentistas con las que tiene que transigir y apoyarse el gobierno. La reacción más amplia es el recurso a la ironía y la mofa sin más consecuencias, como quien escucha el estribillo de una chirigota. Bien podríamos pensar que en el país de Luis Garcia Berlanga, ahora que se conmemora el centenario del nacimiento del cineasta, lo de Sánchez con Biden no pasó de ser una situación berlanguiana de caracteres esperpénticos. Ojalá que la cumbre anunciada de la OTAN para la primavera del próximo año en nuestro país, aplazada desde el 2019, ayude a olvidar esta mala escena.