Estuve en Madrid una semana a principio de marzo de 2020 y solo vi a tres personas con mascarilla. En Italia cundía la alarma ante el virus. Acabo de volver a Madrid y todo el mundo llevaba mascarilla. Recordemos la consigna del doctor apócrifo. No era necesaria. Manera estúpida de colocarse España desde el principio en el pelotón de cola para luchar contra la pandemia. Entré en la estación de metro de Arguelles y rememoré mi inicio en viajar bajo tierra un día de octubre de 1952. ¡Qué diferencia de aquella estación a como está ahora! Iluminada y no con luz mortecina y malos olores; con trenes puntuales sin ratas en los raíles.

En un cercano centro comercial acababa de comprar ‘Biografía de la inhumanidad’, el último libro del ensayista José Antonio Marina. Había leído una entrevista en la que decía: «Cuando alguien quiere instrumentalizar el odio hacia una persona lo primero que hace es presentarla con rasgos no humanos. Se dice por ejemplo que son ratas.». O cosas peores. Pablo Iglesias ha profetizado que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, «acabe en prisión» y ha tachado a la derecha de «criminal». Lo ha dicho desde su despacho de vicepresidente del Gobierno. Lleva razón José Antonio Marina: en las redes sociales se «alienta el odio contra el otro». Aún no se ha iniciado la campaña electoral en Madrid y ya empieza a confirmarse el bagaje a que estamos acostumbrados por parte de muchos políticos: insensibilidad e inhumanidad. Lo triste es que el arte de la política se ha convertido en detritus. Lo consume una ciudadanía moldeada para asumir tan malos hábitos.

* Periodista