Veamos el caso que tanto indigna. ¿Qué importancia tiene que el rey emérito, ya de avanzada edad, se vacune allí donde reside expatriado y que sus hijas aprovechen una visita a su padre para vacunarse también? Después de todo, son tres vacunas más que dejan para los españoles de a pie, amarrados al yugo del trabajo o al paro o la indigencia.

Lo que han hecho las infantas es tan lógico y humano dentro del «sálvese quien pueda» como adquirir un paquete turístico en el que va incluida la vacuna contra el covid-19 e irse de vacaciones a un paraíso donde gozar de mansas olas y benéficos cocoteros. ¿Sabe usted cuántos privilegiados se han vacunado comprando la vacuna? ¿O es que acaso usted sabe lo que hacen estas gentes cuando usted trabaja o duerme, lo que compran y lo que venden, a quién engañan o explotan? Ni usted ni yo.

Pero yo que usted, si pudiera costeármelo, haría como ellos, no solo para salvaguardar mi salud, sino también para dejar mi vacuna a quien por aquí la necesite y está en angustiosa espera. Anímese y dé ejemplo. Sea patriota. Es amplia la oferta. ¿No es esto más digno que andar colándose por ambulatorios y residencias disfrazado de lo que no se es o hacer uso del cargo público para, ayudándose, ayudar de paso a familiares y compinches tan asustados como usted o yo mismo? ¿No es demasiado el riesgo que se corre con esas imposturas, expuesto, cuando se detectan y se denuncian, a ser acusado de trincavacunas, de insolidario, de jeta, de falto de ética, y ser objeto de mofa, de escarnio, de repulsa social? ¿Qué usted no tiene un euro? Ni yo. Pero... ¿A dónde va, amigo? ¡No se me cuele!

* Comentarista político