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La Virgen de luna, en casa

La tradición se ha cumplido. El emblema religioso y espiritual más importante de Pozoblanco ha llegado a su casa. Un año más, a pesar de las circunstancias tan especiales que dicta el coronavirus, con la supresión de facto de la fiesta grande en sus protocolos normales, las cautelas que exige la pandemia y las limitaciones estrictas que establece el municipio y la cofradía. Secundado la última despedida, en similares condiciones, la Virgen de Luna ha llegado a Pozoblanco para ratificar la Historia y la tradición; con la dignidad, el allego, el culto y la devoción que le tiene la población.

En estas ocasiones de fuertes restricciones impuestas, en las que la traída y llevada no siguen sus cauces de normalidad, es quizás donde más y mejor se aprecian los quilates de la fiesta. Es tal vez donde mejor observamos la naturaleza de los ingredientes que conforman una tradición con el desplazamiento de una imagen; donde mejor se entienden los rituales y protocolos que arropan una fiesta, un entorno (el encinar; Santuario) y un pueblo que sigue a pies juntillas los soplos de la tradición, sin saber muy bien porqué, como autómatas que repiten actos y patrones aprendidos que salen solos del cuerpo y del alma. Tal es la potencia de la festividad de la Virgen de Luna. Costumbre de antaño que se convirtió en rito, que se repitió como tradición y que se celebra como fiesta.

Una secuencia de varios cientos de años que ha forjado la masa material y espiritual bien compacta de una celebración que se espera y vive con fruición. Una fiesta de todos que viven y sienten jóvenes y ancianos por igual, que reviven anualmente para seguir fijando mimbres de un pueblo que conforma un fuerte carácter unidad e identidad. No ha habido esta vez (ni la anterior) -como digo- la mayor parte de los rituales que exigen el concurso del pueblo, pero prevalecen ingredientes suficientes para percibir que la conmemoración está viva, que la Virgen (conmemoración) está latente, y que se trata simplemente de un lapso que ni puede eliminar este emblema y hacerlo desaparecer como aquellos que simplemente representan cosas banales. La festividad de la Virgen de Luna es otra cosa. Se trata de ritual emblemático de extraordinaria significación, con multitud de formas y un sentimiento hondo forjado en el horno del tiempo que tiene mucha fuerza, dureza y elasticidad para salvar tropiezos en el tiempo, que siempre los hubo.

En los preliminares de la fiesta hemos podido ver -como digo- que la población de Pozoblanco (y Villanueva, previamente) siente la tradición con el ardor grande del sentimiento profundo; la llegada de la Virgen de Luna despierta siempre, y eso se observa fácilmente y de forma extraordinaria por los foráneos, ese salto del corazón en el pecho esperando el día grande, un acto inmenso que tiene muy marcado su color fucsia en el calendario del municipio, en las casas de los pozoalbenses y en el personalísimo santuario de la conciencia de cada cual. Es cierto que lo máximos quilates de la conmemoración están -no cabe duda-, en la conjunción del pueblo en el rito, en el concurso del pueblo en el espacio de esa dehesa que es santo y seña de la fiesta; en la confabulación de la fiesta que es el reencuentro de todos en un momento álgido de afectación. Sin eso, pareciera eliminarse el mayor ingrediente de la Virgen de Luna, pero en los tiempos que corren se perciben esas carencias con mayor nitidez, si cabe, porque Pozoblanco manifiesta diariamente por su boca ese sentir de identidad; esa constante recurrencia a la Virgen como fiesta, tradición y religiosidad; este año he visto como nunca expresiones fuertes por exteriorizar la llegada de la Virgen con abultadas imágenes en los balcones que sentencian firmemente la notoriedad de una fiesta emblemática, única, histórica.

Es cierto que no hay concurso de gentío, ni campo ni santuario, pero hay emoción a raudales en los adentros y afectación social que se manifiesta a espuertas; prevalecen los rituales más firmes de oficialidad de la cofradía, jurando nuevos hermanos y acreditando veteranías y aniversarios los que han cumplido décadas con la tradición, sintiéndose eslabones de una historia. Se han promovido (y cumplido) como nunca los rituales alimentarios (de hornazos, bollos...) para la celebración en casa, que no es otra cosa que un vínculo claro y afectivo con la fiesta y con la Virgen, con el añejo significado de carencias y ayunos de otros tiempos, la gratificación de la tierra y de la dehesa ha sido siempre el sustento de nuestros pueblos. Orgullosas como nadie lucen las féminas con onomástica de la patrona, que les da nombre para cumplir con su Virgen, con su tierra y sus gentes, reconociéndose entre otros apelativos tradicionales con el marchamo de una identidad completamente singular.

Hoy han repicado como nunca las campanas de torre (uffff...), y han saltado los corazones de los pozoalbenses sabiendo que su Virgen ya está casa. Queda firme y sentenciado, con mucha vitalidad, este símbolo mariano que tiene como otras de Los Pedroches la singularidad de un culto supralocal, siendo elocuente -y de mayor proyección y significado- el vínculo con esa dehesa cuyo aprovechamiento hay que legitimar anualmente de forma reiterativa. Hoy fluye a raudales el contento y alegría en Pozoblanco porque la Virgen de Luna ya está en su casa. La tradición se ha cumplido.

* Doctor por la Universidad de Salamanca

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