Comienzo a remirar por mi ventana y lo que veo me suena a conocido. Los coches escasean, la gente va deprisa, el parque está muy solo, caras con mascarillas y el sol de abril y mayo se parece al de octubre. Los políticos siguen buscándose las vueltas y ocupando resquicios mientras los sanitarios intentan controlar esta segunda fase de encuentro con el virus que siempre estuvo ahí. Estamos surfeando esta segunda ola sobre los ataúdes de millares de muertos y aún no hemos aprendido. ¿Qué tiene que ocurrir para no tropezar setenta veces siete en el mismo pedrusco? ¿Por qué tanta torpeza repetida? ¿Hay quizás algo oculto que aún hoy no conocemos? Echo de menos una auditoria pública, seria e independiente, una evaluación que manifieste los errores habidos y como subsanarlos. Tiempo lo hemos tenido, la voluntad de hacerla se constata que no. Son días de incertidumbre.

En fechas tan inciertas se me ocurre pensar que podemos hacer. Encuentro la Cultura. La Cultura es la sal de la sopa, siempre está por ahí, la chispa de la vida que mejora el sabor, la sonrisa oportuna que te anima a seguir como fiel compañera, el momento de encuentro que permite crecer y relajarte un poco.

Porque Cultura es mantener la distancia, el lavarse las manos, frotarse con el gel y usar la mascarilla. Pero también lo es salir lo imprescindible, ventilar la vivienda y limpiar con lejía aparte de cuidarse en los sitios cerrados, no reunirse más de seis, mantener la atención ante los aerosoles y tomar algo el sol para lograr la dosis eficaz de vitamina D. No hay una sola regla. Es el cóctel de todas lo que nos librará. Primero cultivar la salud.

Que la Cultura siga es la llama encendida que lleva a la esperanza. No importa que sea un tercio - o menos si hace falta - el aforo a llenar. Se podrá conectar con las redes en vivo o diferido y la gente sabrá cómo seguir creciendo, cómo seguir pensando, seguir comunicándose en temas que interesan, distraen y relacionan. Estamos en momentos que no debe importar la cantidad de público presente en una sala, pero si la calidad y la suma del total de la oferta. Una obra de teatro, un concierto de piano o de una filarmónica, una buena película, una fresca tertulia sobre Literatura o sobre Astronomía, la cabal conferencia de un filósofo puro o de un historiador, el presentar un libro, una exposición de arte, entrevistas virtuales o visitar museos son actos transmisibles con la tecnología actual. Hemos de reinventarnos y abonarnos al espectáculo cultural digital como lo más frecuente, hechos ya rutinarios en los años sesenta. RTVE y teles autonómicas, como entidades públicas, tienen la coyuntura de hacer un gran servicio al bienestar de todos: servir de catapulta a la Cultura entera en horas muy difíciles.

En casa disponemos de alguna plataforma, tenemos la lectura, la radio, el poder escribir, la cocina, la música, el ejercicio físico, las telereuniones, los juegos con ingenio, ajedrez y el tangram, hablar con la familia y muchos hobbies más.

Considero esencial lo almacenado ya, pero es fundamental que la Cultura de hoy, la Cultura prevista si no estuviera el virus se siga desplegando para que el alma colectiva de nuestra sociedad, que debe resistir y seguir innovando, no la adormezca el estado de alarma ni restricciones lógicas que limitan los espacios y el tiempo. No podemos consentir que ni el virus ni nadie pongan puertas a la imaginación y a esa liberación que da el conocimiento. Se podrán confinar los cuerpos, perimetrar ciudades y regiones, áreas de salud y cerrar aulas pero el espíritu se alimenta de libertad y su espacio natural es la Cultura en su acepción más amplia. Un espíritu fuerte y con cuatro ideas claras es el mejor remedio contra el coronavirus.