Hace escasamente un año pudimos ver la segunda temporada de la serie española de movistar La Peste. Sucede en la Sevilla del siglo XVI, en pleno auge del imperio español de los Austrias. Su director, Alberto Rodriguez -el cineasta andaluz que sabe encontrar en su tierra otros misterios más allá de los que encierra el flamenco y su quejio- apoyado por un guión documentado en múltiples lecturas, presenta pronto los horrores de la peste (centenares de muertos, mulas de acarreo, cal, hedor y escarnio) y se va a adentrar en los otros episodios atroces que acompañan el pavor sanitario: lucha de poder entre las autoridades sevillanas: nobles y mafiosos; la corrupción que crece a medida que aumentan las montoneras de cadáveres y el crimen que se aprovecha de la confusión. Y como telón de fondo, los grandes sufridores de siempre: los pobres, o las pobres prostitutas en este caso.

Viene este preámbulo para iluminar -si es que ello fuera posible- el luctuoso, espeso y canalla panel que describe estos días la España del coronavirus; la Europa del coronavirus; el mundo que infecta el covid-19. Salvo los crímenes, que ya nos enteraremos, viene apareciendo todo lo demás. El virus ha convertido el comercio de bienes y servicios que lo combaten en un «mercado persa». Desparecen (también se roban) millones de mascarillas, y los respiradores sanitarios se venden como el aceite de oliva en tiempo de nuestro estraperlo tras la guerra civil. Los aviones que traen material sanitario no llegan o se retrasan semanas. ¿Qué ocurre? ¿Se discute el precio? ¿Aprietan los comisionistas?

La crisis sanitaria es cruel, dura y dolorosísima. De las cloacas tan agitadas y pobladas los últimos días salen «ratas de dos patas» que responsabilizan al Gobierno de los grandes estragos de la pandemia; le echan los muertos a la cara (cómo le gusta a la derecha practicar macabros juegos de palabras con los muertos) y denuncia que oculta el número real de cadáveres. Piden la dimisión del presidente y anuncian que lo llevarán, junto con varios de sus ministros, ante los tribunales de justicia, mientras claman por un gobierno, se supone, que de salvación nacional.

Con la crisis sanitaria en pleno auge, abren otra puerta para el escándalo: la crisis política con el telón de fondo de una crisis económica que estallará «como la traca del siglo» así que baje la mortalidad y la infección por covid-19. Todo patas arriba.

Responsabilidades del Gobierno aparte -que las tiene y a buen seguro acabará pagando políticamente- lo cierto es que la mentira, el bulo y la patraña esparcidos a placer a través de las redes sociales por autores camuflados, periodistas de ultraderecha y otros especímenes del bandidaje informativo, han conducido a la derecha, y no pocos millones de ciudadanos, hasta una irritación desmesurada que concluye responsabilizando al presidente Pedro Sánchez de la misma pandemia.

La mentira y el engaño se imponen a la evidencia. Ya no se distingue lo verdadero de lo falso, todo es sospecha y barro. Las dudas de las autoridades sobre cómo manejar los medios a su alcance y el tempo de la tragedia, lógicas cuando no se tiene un mapa con la ruta de cómo proceder ante un suceso inédito, las han convertido en auténticos y poderosos puntos de apoyo desde los que los nuevos terraplanistas de la extrema derecha alimentan con engaños a demasiada gente.

Si no creyéramos que el sentido común aun tiene valor; que en gobiernos y grandes instituciones públicas y privadas deciden personas razonables y que la mayoría desprecia el aprovechamiento de la muerte y el desplome económico para imponerse, diríamos que estamos seriamente amenazados por unos señores dispuestos a hacer saltar nuestros sistemas democráticos sobre los cadáveres de tantos de nuestros abuelos y ante el estupor de la razón y todo sentido moral que se ha dado el ser humano.

No es de extrañar que tantos europeos serenos; cultos o no tanto; ricos o no; del este u oeste estén horrorizados, y que políticos y economistas, intelectuales o periodistas sostengan estos días que si Europa no atiende la pandemia como un problema europeo, estará abriendo las puertas de sus gobiernos a la barbarie. El acuerdo comunitario del Jueves Santo fue un gran alivio.

* Periodista