Desgraciadamente, el concepto de parada técnica no es muy empleado en nuestros pagos. No es apócrifo el caso de un técnico que en una visita aslándica oteara más el entorno que el propio chimeneón de la cementera. ¿Dónde está la industria?, se preguntó extrañado al no observar una continuidad de naves extractivas. Y al interpelado no le quedó más remedio que encogerse de hombros.

La parada técnica será otro argot que se sepultará en la nostalgia de la Central Térmica de Puente Nuevo, cuyo cierre definitivo, por el proceso de descarbonización, estaba previsto para este año. Todo ello antes de que el coronavirus aplicase su puto encantamiento, como si todo el orbe fuera la heredad de la Bella Durmiente. La parada técnica es el proceso de descompresión de muchos sectores productivos, tal que submarinistas que no pueden regresar rápidamente a la superficie bajo riesgo de sufrir una embolia. Las realimentaciones tienen su tiempo, y no faltan ingenios que funcionan permanentemente las 24 horas del día y durante todo el año (salvo el reseteo de mantenimiento que suele coincidir con la semana de la Navidad). Los costes también ayudan a sostener esta carrera continua, pues aunque los pedidos estén caninos, resulta más rentable tener entretenidas las máquinas que llevarlas a una hibernación.

El país está en una parada técnica, con ese frustrado periodo de desacoplamiento del que se han quejado las Comunidades más siderúrgicas, mientras que las más decantadas a los sectores primario y terciario han afeado al Gobierno la laxitud en esta vuelta de tuerca del confinamiento. Sería necio en estos momentos hacerle panegíricos al Ejecutivo, más aún cuando esta pandemia lo arrasa todo, incluso la objetividad. A ello se suma la contrastada improvisación de la que parece preciarse este Gabinete, con la pifia del tocomocho de los respiradores como elemento más llamativo. Pero no están los tiempos para competir por tirar la primera piedra. Honestamente, no veo que, ante esta hecatombe, otras siglas del espectro político hubiesen acometido de manera muy dispar la gradación de este escenario. Conviene recordar que muchos de los dirigentes que ahora pontifican en cada casa con el Santiago y cierra España, hace no ha confitaban paradiñas para no pronunciarse sobre la celebración de las fallas o la Semana Santa.

Este virus es una Terra Incógnita, una pandemia que ha noqueado la arrogancia de ese fin de la Historia que ilusamente predijo Fukuyama. Nos queda el necio atenuante del mal de muchos, y la imperiosa necesidad de no agarrarse rígidamente a fórmulas magistrales. La salud pública es el bien supremo en esta crisis, pero hasta ahora ha intentado no desprenderse de cierta activación económica para que la reentrada no fuese catastrófica. Ahora nos hemos quedado sin comodines. Si este virus nos ha estrellado contra una película de ciencia ficción, esperemos que los guionistas tengan preparado un final feliz para el último minuto.

* Abogado