En mis primeros viajes a América Latina me surgía siempre la misma pregunta. Por qué los ricos quieren vivir con miedo a la inseguridad. Por qué prefieren estar enjaulados en sus casas y urbanizaciones (una guetización por arriba). Por qué no acceden a repartir un poco sus riquezas para vivir todos un poco mejor. No entendía cómo, aunque no se les activara la solidaridad, las élites no tomaran medidas ni que fuera desde un punto de vista egoísta. Y así siguen. Algunos gobiernos progresistas, que en los últimos años han intentado introducir políticas fiscales que caminen hacia la redistribución y la consolidación de institucionalidad y acción pública, se han encontrado con múltiples resistencias.

Hablaba del otro lado del charco. Pero cada vez podemos referirnos más a nuestra Europa del sur. Los indicadores macroeconómicos indican que hemos salido de la crisis (crucemos los dedos para no caer en otra) pero lo hemos hecho con más fracturas sociales y menos cohesión. La doctrina del shock de Naomi Klein. Con unos sistemas de bienestar más debilitados y con menos recursos. Con unas políticas fiscales poco redistributivas. En un mundo complejo y globalizado, con fragilidades e incertidumbres, no nos tiene que extrañar que nuestras ciudades estén más tensionadas. Y, quizá, más inseguras (aunque España siga siendo uno de los países con menos homicidios de Europa).

Debemos atacar los problemas de seguridad ciudadana con acción policial, judicial y punitiva en el corto plazo. Además, porque son las personas de barrios populares (aparte de los turistas) aquellas que suelen notar más el crecimiento de la inseguridad en un primer momento. Pero todo esto son solo parches. Trasladamos la droga de una zona a otra. Hacinamos las cárceles para retirar de circulación a una parte de los delincuentes. Obligamos a transformar las estrategias de supervivencia a determinados colectivos.

Que existen mafias y crimen organizado que deben ser combatidas es una evidencia. Pero también lo es que si no replanteamos profundamente los cimientos de nuestras sociedades los problemas de fondo nos van a comer. Porque más punición, sin más, no es más seguridad (como muestra, Estados Unidos).

Está bien que debatamos sobre políticas criminales. Es un tema que me apasiona. Que pidamos a los y las responsables políticos que reconozcan que tienen un problema, que colaboren entre ellos y se pongan a trabajar. Que recordemos que es importante no criminalizar a determinados colectivos excluidos, sino darles oportunidades. Que digamos que policía y jueces deben buscar la efectividad en sus acciones, pero también que deben cumplir con todas las garantías del Estado de derecho. Que exijamos a los y las periodistas actuar con responsabilidad profesional y no ser solo un altavoz de ciertas estrategias corporativistas. Todo esto es bueno que esté en el debate público. Pero no olvidemos el reto de fondo: luchar para reducir las desigualdades de clase, de género, de origen. O, como mínimo, batallar para garantizar unas sólidas políticas sociales que den oportunidades y recursos para poder construir nuestro futuro como personas y como colectividades.

* Profesora de Ciencia Política