Todo está en ‘Los Simpson’. En uno de los episodios de la quinta temporada sale a la venta una versión parlante de Malibu Stacy, la muñeca preferida de las niñas, en la que es evidente ver la alusión a Barbie. En este episodio Lisa Simpson se indigna porque, cuando se tira de un cordoncito que lleva en la espalda, la muñeca suelta perlas como: «Si te preocupas, te saldrán arrugas». Pero hay una frase que la enfurece especialmente: «No me preguntes, solo soy una chica», tras la cual la muñeca suelta una risita estúpida. Jijiji. El prototipo de la mujercita tonta y, por lo tanto, no del todo responsable de sus actos.

Imagínense a una cirujana que sale del quirófano después de una operación y les dice a los familiares del paciente: «Bueno, si se muere el paciente no es mi culpa, es que yo solo soy una chica». O a una investigadora presentando su libro que diga: «Bueno, es un librito con cosillas que se me ocurren; cosillas mías sin importancia, jijiji, porque solo soy una chica».

En la demanda cotidiana por la igualdad de derechos, va incluida también la igualdad de responsabilidades. No vale ser lista para estudiar o para emprender negocios y después decir «No me preguntes, solo soy una chica», cuando suspendes el examen o te pillan en negocios poco correctos. No vale hacerse la tonta cuando te has querido pasar de lista. Hacerse la tonta con demasiada frecuencia es, además, peligroso, porque al final una se puede volver tonta de verdad.

Tal vez algunas sientan como un privilegio que socialmente no esté del todo mal visto hacer uso de esta patética maniobra de retirada cuando se trata de asumir responsabilidades o se quiere evitar consecuencias de las propias acciones; yo no siento más que rechazo y vergüenza ajena ante los ejemplos más o menos ilustres que nos toca presenciar. El bochorno que sentiría si a alguien que critique esta columna le dijera que vaya a hablarlo con mi marido porque yo «solo» soy una chica. No, chicas, no. No vale esconderse detrás de esa indigna barrera.

* Escritora