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Manuel Sánchez

Es ya un viejo dicho ese que dice que esta vida no hay quien la entienda porque ocurren cosas que no tienen lógica temporal, que no respetan el normal curso de los acontecimientos. Paradójicamente, estas sorpresas son las que nos hacen tener los pies en la tierra, significando una especie de revulsivo para que tengamos presente que estamos expuestos, o a los caprichos de la naturaleza, algunos, o para otros entre los que me incluyo, a las razones de la Providencia. Son estos días y estas semanas especialmente vulgares, pero no solo porque la gente quiere diferenciarse una de otra por estúpidos y egoístas motivos fronterizos siendo de la misma madre cultural, sino, sobre todo, porque ha muerto de repente un joven literato lleno de creatividad y ardor cultural como un dios de la antigua Grecia.

Me refiero a mi buen amigo y último editor, el escritor Manuel Sánchez Sevilla, un andaluz admirable por esa sublime humildad que lo elevaba sobre los demás. Me dio mucho coraje cuando me comunicaron cómo había pasado, así de pronto, cuando con toda la cara dura del mundo, la vida, sin motivos aparentes, le paró el corazón sin preguntarle qué opinaba al respecto, sin darle la oportunidad de terminar sus últimos deseos literarios y sin poder dar el legítimo adiós a su familia como ellos merecían; nadie le preguntó sobre su muerte a él que tan fácilmente hubiese convencido a quien sea sobre la conveniencia de quedarse aquí unos años más. Esta persona era tan honrada y educada, que si la Providencia le hubiera dado la oportunidad de despedirse y terminar sus últimas obras en proyecto, bajo el firme apretón de manos con Dios de volver al sitio del acuerdo para morir, Manuel Sánchez Sevilla lo hubiera hecho por fidelidad a la palabra dada a pesar de dejarse lo máximo que tiene una persona como es su vida y su familia. Pues sí, a pesar de que ya deberíamos estar acostumbrados a la muerte de la gente, me dio especialmente rabia el fallecimiento de este amante de la escritura porque siempre se tiene ese resentimiento con el devenir cuando una persona joven llena de serenidad, de optimismo, de ganas de crear, es decir, de infinitas ganas de vivir para sentir felicidad, tenga que poner fin a su paso por un mundo que tanto le ilusionaba.

Uno de los hechos más tristes que puedan ocurrir es la muerte de un poeta porque se tiene plena seguridad y romántica tristeza de que se ha marchado alguien que hacía lo cotidiano más humano, así como más divino. Querido Manuel Sánchez Sevilla, si la literatura existe, Dios también. Hasta siempre, colega.

* Abogado

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