La prosa opalescente, clara y franca, de Francisco Solano Márquez, demorada en un contorno propio, me viene a la retina al pensar en su reciente homenaje, promovido por la Asociación Amigos de Córdoba. La prosa castellana, limpia y suave, exacta en lo que dice y en la sonoridad de su expresión, una prosa leída, experta en las simientes que maneja con su caudal oculto, una prosa que es un cuerpo grave, entallado y también sensorial de campiña, un poco de Azorín pasado por el filtro de los poetas de Cántico, o de algunos momentos de algunos poetas de Cántico, es lo que aparece en mi lectura, en su propio recuerdo, tras el reconocimiento al que se han sumado la Asociación de la Prensa y Diario CÓRDOBA. Me ha gustado ver esa fotografía en el Círculo de la Amistad porque puede entenderse, en parte, como el abrazo que la ciudad tributa a Paco, desde sus amplios vértices, como también su escritura --no siempre, o no solo, periodística-- ha sabido cercar esta ciudad desde su propio magma de matices, desde un conocimiento que ha tenido mucho de fascinada intimidad. Antes de conocerle, yo ya había leído a Francisco Solano Márquez en sus espléndidos artículos de la enciclopedia Los Pueblos de Córdoba, editada por la Caja Provincial de Ahorros de Córdoba y este periódico, en unos fascículos que traían el aroma de olivo, con su madera noble de troncos retorcidos, pero también su historia, y su literatura, como un sorbo invisible. Poco después, Paco leyó mis primeros textos y me presentó a Alejandro López Andrada, el primer escritor que conocí: ahora acaba de presentarle su novela Los perros de la eternidad, que es poesía narrativa de tranquilo derrumbe. Nombres, rostros: nos hacemos mayores, pero la prosa noventayochista de Solano, maestro de periodistas y amigo, ha seguido habitando su territorio único, con su lento equipaje de pulcritud plástica. En sus libros y en su conversación se sigue revelando la ciudad como novela en marcha que leer y vivir.

* Escritor