Llego a la habitación del hotel. La tarjeta magnética no funciona. Vuelvo abajo a que me la magneticen de nuevo. Entro y se encienden todas las luces automáticamente. He de ir apagando las que no me interesan. No hay sitio para colocar la maleta, la dejo sobre la cama.

Entro al baño, hay una gran pica pero sin espacio para dejar el neceser. En la ducha me enfrento a un grifo monomando minimalista. No sé qué palanca tocar para accionar el agua ni por dónde saldrá. Al final brota en cascada y me moja el traje pues el mando está justo debajo de la alcachofa. Me desnudo, entro y me quemo y/o congelo hasta conseguir una temperatura razonable.

Cuando voy a enjabonarme, como suelo ducharme sin gafas, no llego a leer si se trata de champú, gel o leche corporal. Intento abrir un botecito. Pero no es fácil, como estoy mojado y es cilíndrico y liso, no lo consigo, me resbala. Finalmente lo abro -creo que todos llevan el mismo líquido-, y cuando estoy enjabonado intento cerrar el grifo, pero como es cromado y cilíndrico me resbala. Todo empieza a resbalarme, incluso los pies y no hay asideros.

Finalmente salgo, y al abrir la mampara cae agua fuera, la piso y vuelvo a resbalar. Tanto estrés me lleva al váter, pero cuando busco el rollo de papel, está colocado a mis espaldas, y tengo que contorsionarme tipo la chica del exorcista para alcanzarlo.

Intento dar una cabezada. Pero oscurecer la habitación no resulta tarea fácil, la cortina no tapa los laterales. El aire hace ruido y me cae justo encima, lo apago. Intento cerrar las luces, pero el sistema domótico inteligente las enciende en modo bienvenida y se sube la persiana. El minibar se conecta y me sobresalta. Desesperado intento al menos hacerme un gintónic, para eso tengo que humillarme poniéndome de cuclillas y arrastrar la cabeza por el suelo para averiguar que hay dentro. Todo caliente.

Me visto y salgo pitando a dar un paseo. Como dice Óscar Tusquets, quien diga que hay demasiado diseño es que se fija poco. O tal vez si haya mucho, pero del malo.

* Periodista