El 18 de marzo de 1977, un trimestre antes de las primeras elecciones, escribí un artículo -He visto pasar a Fraga- en El Correo de Andalucía. Fue mi primer escrito crítico sobre Alianza Popular, al que han seguido un buen número, pues el actual PP -carne de su carne- no ha dejado de ofrecernos sensaciones semejantes a las experimentadas el día que asistí al mitin de «don Manuel» en el cine Góngora. Su verbo atropellado y autoritario me pareció un huracán de los que abaten palmeras en Florida y llegué a dos conclusiones que nunca nos abandonaron: los humanos no pueden ser vendavales y «cañas que piensan». La otra fue que Fraga, viendo imposible un franquismo sin Franco, se reciclaba sin desamarrarse del autoritarismo. Cuando fue a las elecciones en compañía de Arias Navarro, López Bravo, Licinio de la Fuente, López Rodó, Carro Martínez, Silva Muñoz.., no engañó a nadie y demostró que su oficio de embajador en Londres, aunque usase bombín, no le había rasurado el pelo de la dehesa franquista. Luego, ya en el Congreso, resultó el enemigo público número 1 de Suárez al que profesó un odio enfermizo nacido de su envidia al sentido común del presidente. Por favor, lean en el Diario de Sesiones su actuación nauseabunda en la moción de censura a Suárez protagonizada desde Coalición Democrática -segundo nombre de AP-, cuya cabecera ocupó junto a Osorio y Areilza. Por eso, en UCD los llamaban como un grupo musical de moda: Las Trillizas. Luego, vino el sí constitucional, dado por la mitad de AP, y su mezcla con la extrema derecha que en el 79 -aún miedosa-, obtuvo 375.000. Todo ello explica que el PP no haya condenado formalmente a la dictadura. Actitud que dificulta su gobierno sin mayoría absoluta y alimenta a la España reaccionaria, la cual -caso único en la UE- no existe diferenciada del voto conservador. H

*Escritor