La hecatombe que supuso para el sector inmobiliario el estallido de la crisis económica ha dejado un panorama de muy compleja reconstrucción. La resaca de aquel ladrillazo ha supuesto cientos de miles de viviendas vacías y cuya salida al mercado resulta ahora casi imposible al encontrarse en periferias lejanas de las grandes ciudades o de la privilegiada costa. Eran aquellos tiempos en que todo se vendía, en cualquier lugar y a cualquier precio, pues siempre había al quite una oferta atractiva de créditos bancarios. Ese excedente de pisos que buscan dueño es ahora uno de los factores que distorsionan el mapa de la recuperación inmobiliaria. No estaría de más estudiar fórmulas para que esa ingente cantidad de pisos, quizá condenados para siempre, pudieran ofrecer un servicio social para las economías más frágiles. La llave la tienen las entidades financieras y la Sareb. Una política de alquileres accesibles podría ser más rentable a la larga que la venta de inmuebles a fondos buitres a precios ridículos. Los agentes inmobiliarios lamentan que la producción de nueva vivienda no arranca con fuerza y que mientras en unas zonas hay oferta de viviendas que nadie quiere, en otras existe una demanda que no puede ser satisfecha. Reconstruir sobre ruinas no es fácil. Exige paciencia para sentar sólidas bases y, sobre todo, no cometer errores pasados.