No estamos en vísperas de un terremoto electoral, pero sí de un cambio sustancial del panorama político español. Un cambio que no tiene vuelta atrás. El predominio de los dos grandes partidos se ha acabado para siempre. Y también el papel que las dos mayores formaciones nacionalistas han tenido durante décadas. Algunas encuestas sugieren que desde el 2011 más de 10 millones de ciudadanos han cambiado de opción electoral, incluidos los que pasarán de la abstención al voto. La crisis económica y social que empezó en el 2008 y que aún sigue es la razón última de esa convulsión. Pero se desconoce absolutamente qué nuevas realidades y dinámicas políticas van a surgir de ella.

Hay debate sobre qué Gobierno se formará tras el 20-D. Pero vale para poco. Porque el resultado de las elecciones sigue siendo una incógnita, sobre todo en su detalle, que es lo que cuenta a la hora de la negociación política. Se desconoce la fuerza parlamentaria que tendrá cada uno de los contendientes, el orden en que llegarán a la meta, cuán grande será la pérdida de escaños por parte del PP y del PSOE, cuántos ganarán Podemos y Ciudadanos. Cualquier vaticinio que se haga sin tener en cuenta esos extremos no vale para nada, salvo para enredar. También por eso la bolsa está tan lánguida. Los inversores quieren certezas. Y estas no aparecen.

Lo único que se puede avanzar es que el futuro Gobierno se basará en algún tipo de pacto. Lo cual no es decir mucho. PP-Ciudadanos, PP-PSOE, PSOE-Ciudadanos, PSOE-Ciudadanos-Podemos son fórmulas que hoy por hoy no se pueden descartar, al menos sobre el papel. La incertidumbre aumenta por el hecho de que esos eventuales pactos pueden no ser duraderos. Los políticos españoles no tienen costumbre de pactar. Su actitud de siempre es la de batir al rival o la de hacerle la vida imposible. Particularmente la de los nuevos partidos, que se han ido afianzando a base de dar caña a los tradicionales, más duchos en lo de llegar a componendas, aunque solo sea en cuestiones menores. Además, Ciudadanos y a Podemos estarán lógicamente tentados en seguir erosionando al PP y al PSOE. Sobre todo si les va bien el 20-D.

A la luz de tanta dificultad amenazando en el futuro, habrá quien piense que lo mejor sería que las cosas siguieran como están. Quien así piense corre el riesgo de caer en la melancolía. Porque eso es ya imposible. La ciudadanía no está por esa labor. Una ola de rechazo de lo ya conocido atraviesa desde hace unos años la política española. El pasado ha quedado para siempre atrás. Lo que queda de él, que es mucho, ahora tendrá que entablar una relación dialéctica con lo nuevo. En el Gobierno, en la oposición y entre uno y otra. No se sabe qué forma va a tomar eso. Puede que tanto el PP como el PSOE entren en un proceso de autodestrucción si se dan un batacazo. La desaparición de UCD es un antecedente de ello. Pero del resto no hay precedentes. Todo será nuevo, de una u otra manera. La crónica política de los meses, o de los años, que vienen va estar plagada de noticias.

Los profesionales del ramo tendrán que tener los ojos muy abiertos para percibir las claves de lo que vaya ocurriendo, para entenderlas y para explicarlas. Pero hoy su libreta de previsiones está prácticamente en blanco. Porque los programas de los partidos, que habrían de servir de guía, no valen mucho para ese empeño. Las negociaciones pueden arrumbarlos, si no triturarlos. En los últimos años todos los contendientes han demostrado una gran capacidad para modificar sus propuestas, atendiendo a las encuestas y a las críticas de los medios. Esa actitud se intensificará en la mesa de los pactos.

Tras el 20-D se entrará en el terreno de lo imprevisto y en buena medida también de lo imprevisible. Tanto en el terreno del programa político del futuro Gobierno --¿se cambiará la política de austeridad y se apostará por el crecimiento y la inversión?, ¿se suprimirá la reforma laboral? ¿qué se hará en Cataluña y con el Estado de las autonomías?, ¿y con la corrupción?--, como en el del reparto del poder entre los socios de Gobierno. Nada será fácil. Los políticos se van a ganar el sueldo. Habrá amenaza permanente de inestabilidad. Pero habrá merecido la pena.

* Periodista.