Desde hace muchos años es costumbre subir a la Sierra a mediados del mes de noviembre para catar los vinos nuevos de la vendimia recién concluida y dar un saludo a su propietario. La costumbre se ha intensificado este año gracias a los días soleados que nos regala el otoño. La Sierra de Montilla invita como nunca a pasear andando o en coche aprovechando el firme de las carreteras y disfrutando del aire libre, de la falta de ruidos, de la paz del campo. El silencio permite descubrir sonidos fantásticos de gorjeos y trinos... Hay que reconocer que llamar Sierra a la de Montilla puede parecer un tanto eufemístico cuando no hiperbólico. Se trata de un grupo de cerros de escasa altitud en cuyos valles discurren plácidamente los arroyos de Benavente y de Riofrío.

La Campiña rivaliza ya con los viñedos en un mar de olivares. Visitar la Sierra implica la degustación de los vinos recién fermentados junto a la tinaja. Un placer de olor, de sabor y de frescura, y con la morcilla de este pueblo, que goza de merecida fama. No le falta a a la Sierra su rincón melancólico. Entre olivares y viñas se levanta una visión inesperada: un palacete inglés que mandó construir a principios del XIX el brigadier de la Armada Real Diego de Alvear y Ponce de León como residencia de su esposa, Luisa Rebeca de Ward. Ella mantenía amistad con el poeta Espronceda, uno de los más apasionados escritores románticos, que murió joven tras una vida agitada. Cuando falleció doña Luisa, el poeta extremeño le dedicó una elegía. Invariablemente, en los últimos días de diciembre, la Cofradía de la Viña y el Vino de Montilla realiza un acto de homenaje al vino en la Sierra. Para ello se reúnen en una bodega o lagar los miembros de la cofradía, que renuevan sus compromisos y comparten una jornada de salutación a la cosecha del año.

* Maestro