Tener una buena educación y una buena formación son imprescindibles para acceder a una vida digna, que no es solo acceder al empleo, sino también a las capacidades que desarrollan el juicio crítico que hace avanzar a las sociedades. Pero esto plantea retos grandes a un sistema educativo que está anclado en contenidos y métodos propios de sociedades industriales y lejos de los cambios sociales y tecnológicos producidos en las últimas décadas.

Para afrontarlos se propone un pacto de Estado que deje fuera a la política. Pero yo discrepo de este discurso falsamente neutral: no hay nada más político que la educación, porque el diseño del sistema y sus objetivos siempre, y en todos los casos, responden a una manera de concebir la sociedad. Y esto es político. Ahora bien, se puede optar por un sistema que persiga la igualdad y forme a ciudadanos cualificados y críticos, o se puede crear un sistema elitista donde solo caben los mejores.

Ahora se ha propuesto que pagar a los maestros en función de las notas de sus alumnos mejoraría el sistema. ¿En serio? Sabemos que los resultados de los niños dependen más del nivel educativo, socioeconómico y del capital social de sus padres que del colegio. Sabemos que unos colegios tienen alumnos de élite mientras que otros tienen alumnos con problemas muy complejos. Es decir: que las notas dependen de un montón de factores ajenos a la acción de los maestros. Tener alumnos con hambre dificulta la tarea. Tener alumnos bilingües, la facilita.

¿Qué persigue entonces esta propuesta? Como otras, la degradación de la enseñanza pública y la exclusión de las clases medias de la educación. También un ataque a la dignidad de los profesionales, que volverían a aquello de "tienes más hambre que un maestro de escuela".

Se trata de un paso más en la Retirada del Estado del Bienestar para despejar el avance del mercado. Esto ni es neutral ni es inocente.

* Doctora en Sociología. IESA-CSIC