Rajoy no va a dimitir. El control casi absoluto que ejerce en todas las instancias de poder del PP le va a permitir hacer frente a la oleada de inquietud y de descontento que el desastre andaluz ha hecho surgir en su partido. Pero si la tendencia se mantiene y en mayo se produce una nueva catástrofe, la posibilidad de que el presidente del Gobierno no sea cabeza de lista en las generales cobrará nueva fuerza y puede que esta sea irresistible. Más allá de eso, lo que se está confirmando es que el PP está en caída libre. Que, tal y como vienen diciendo desde hace tiempo los sondeos, una parte sustancial del voto que recibió en el 2011 no está dispuesto a repetir. Que el cansino triunfalismo económico del Gobierno no hace mella en quienes, por culpa de la corrupción, de los recortes o del paro, han decidido que ya no quieren saber nada del PP. Que le votaron para castigar al PSOE, pero que les ha decepcionado tanto o más que Zapatero. Solo eso explica la pérdida de más de 500.000 votos en Andalucía. En sintonía con el mensaje oficial de la Moncloa, muchos análisis han despreciado esas reacciones. Han insistido en que, al final, la gente volverá a arrimarse al poder, por miedo, por conservadurismo atávico. Todo indica que esta vez eso no va a ser así. Para cambiar la tendencia que le lleva al fracaso, el PP ya no puede confiar en la inercia. Sino solo en su capacidad para remontar. Y parece bastante claro que esta no existe. O cuando menos que Rajoy es demasiado mediocre para encabezarla. Ha agotado todos sus recursos, que nunca fueron muchos ni brillantes. El futuro de su partido ya no está en sus manos. A la espera de un eventual golpe de estado interno, que puede no producirse, queda por saber qué partidos van a beneficiarse del declive de la derecha. Habrá que esperar para tenerlo más claro.

*Periodista