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No temen el ridiculo

Es difícil estarse quieto. Hay muchos que no tienen nada que hacer y se mueven en los parques, en los bares y en las salas de espera de los cines, pero sobre todo en los grandes almacenes; en los campos de fútbol las gentes se mueven con una diligencia fervorosa de vendedores, de esos vendedores ávidos que quisieran obligar al cliente atosigándolo, aplastándolo con palabrería hasta que, convertido en presa, se rinda, compre y firme el papel que haga falta para que lo dejen en paz. Recaudadores de dinero veloces y feraces han sido los héroes de los últimos años para especuladores, emprendedores de la prostitución y otros empresarios de la corrupción salvaje. No hay serpientes en Islandia, dice el conspicuo doctor Jhonson en el capítulo setenta y dos de su tratado "Sobre las serpientes". Podríamos haber aprendido algo, pero no. Y en España se mantiene el espejismo conectado como si nada.

Así que ahora todos llevamos teléfonos móviles e inteligentes, adictos al agobio portátil, en todas partes, porque no podemos desatender el negocio ni un minuto. Estás en el cine, el amante abraza a la amante muerta en medio del desierto, y todo el cine llora sobrecogido, y suena la melodía, el zumbido inteligente o ambas cosas a la vez- ¿es un efecto original de la banda sonora? ¿Unos compases de una Nueva Música? No, es un teléfono móvil, la realidad que irrumpe desalmadamente en la irrealidad del cine. Imagínense la misma situación cuando el descerebrado tecnológico disfruta llevando como sintonía de su móvil de última generación algo tan apropiado como el himno nacional o incluso el de la Legión, y la llamada se produce en un tanatorio. El propio Samuel Jhonson apostillaría: "El patrioterismo es el último reducto de los canallas".

No temen el rídículo. En realidad a ellos les hace mucha gracia esa utilización espuria de ese pequeño electrodoméstico que casi todos llevamos, no tanto para comunicarnos sino para atender los negocios y, de camino, echar unas risas. Desde hace siglos, las personas sencillas aguzan el ingenio y la creatividad creando chistes e historietas para practicar el sano ejercicio del humor. Un humor que podríamos denominar tranquilo, porque se practica entre amigos o conocidos, sin más finalidad que animar la conversación y divertir a la concurrencia. La mayoría de esos chistes encierran una pequeña verdad, pero no intentan ser didácticos ni pretenciosos. Muestran un rasgo muy destacado: un refinamiento intelectual que no está reñido con la chocarrería. Los de las musiquitas en los móviles no temen, no tienen sentido del ridículo. Se hacen los tontorrones cuando salta el himno en el lugar más inapropiado y se sonríen como hienas adormecidas al comprobar que suena, que suena y todos se lo maman. Y si se presentan a concejales, los votan. Los votan. Qué gracia.

* Profesor de Literatura

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