Días pasados tuve ocasión de participar en Doña Mencía en una mesa redonda sobre la transición, moderada por el profesor Antonio Gómez, en la que intervinieron algunos de los protagonistas locales y provinciales de aquellos días. Todos los allí presentes coincidimos en afirmar que aquel proceso fue un éxito y que permitió establecer en España un sistema democrático que se ha consolidado, a diferencia de lo que ocurriera en otros períodos de nuestra historia. Pero también alcanzamos la unanimidad al señalar que ese sistema democrático, sustanciado en la Constitución de 1978, presenta hoy fisuras importantes y síntomas más que evidentes de que sus nobles propósitos están cayendo en el vacío.

Para aseverar esta afirmación basta con hacer una lectura del primer artículo de nuestra Carta Magna y ver si esos principios se cumplen realmente. Allí se dice que España es un Estado social y democrático de derecho y establece como sus pilares básicos la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Todo esto, que se desarrollará en el siguiente articulado de la Constitución y en las Leyes Orgánicas y ordinarias que la completan, es lo que constituye nuestro auténtico "sistema". De esta suerte, todo lo que se aparte de aquí es lo que podremos calificar como "antisistema".

Dicho esto, tendremos que preguntarnos si realmente se cumplen estos principios constitucionales. Y tal vez la respuesta que tendríamos que darnos es negativa.

Es verdad que existen las libertades formales. Pero no es menos cierto que estas libertades están siendo reducidas progresivamente con leyes restrictivas de derechos fundamentales y por unas crecientes desigualdades sociales que constituyen el primer freno a la libertad individual. ¿Tenemos la auténtica libertad o simplemente un remedo de ella?

La justicia es teóricamente el pilar que garantiza el Estado de derecho. Por ello tendría que ser como la imagen que aparece en los frontispicios de los Juzgados: una matrona que equilibra el fiel de una balanza y actúa con los ojos cerrados. ¿Responde este símbolo a la justicia de nuestros días?

La igualdad es un elemento esencial de una democracia desde que, como egalité , la proclamaran los ilustrados y revolucionarios. Su vigencia debe implicar no solo su definición en la Ley sino la capacidad de ser real mediante políticas concretas que impliquen desaparición de privilegios y acceso a las mismas oportunidades. ¿Puede afirmarse que esto se cumple en la praxis de nuestros días?

El pluralismo político, otra de las esencias de la democracia, existe sobre el papel. En teoría nada limita el noble ejercicio de la discrepancia política y los procesos electorales permiten a los ciudadanos optar entre la oferta plural que se le presenta. Pero, ¿es verdad que existen las mismas oportunidades para todas las opciones? El fuerte bipartidismo implantado por las normas electorales dificulta sobremanera la acción de las formaciones que se apartan del mismo. Además, el monolitismo de las principales fuerzas políticas y la falta de democracia en su interior impiden que ese pluralismo se exprese con toda nitidez.

Aceptando estas consideraciones llegaríamos a la conclusión que la Constitución se asemeja cada vez más a una "hoja de papel", como la definía un rey prusiano, que a una norma esencial que debe marcar nuestra convivencia. La conculcación de sus principios fundamentales se ha ido agravando de forma paulatina y sobre todo con el sesgo ultraconservador de los últimos años. Es paradójico que muchos de los que se opusieron a ellos en la transición, sean hoy los que se aferran a la Constitución a la que dan un valor de permanencia e inmutabilidad como tenían los principios fundamentales del franquismo. Y no es menos paradójico que se tilden de "antisistemas" a quienes pretenden reforzar los pilares básicos de nuestra convivencia democrática. ¿Son más antisistemas los que reclaman una "democracia real" o los que la prostituyen con la corrupción, la injusticia y la falta de sensibilidad social?

Una vez que se aprobó la Constitución de 1978 estuvo latente durante algún tiempo el miedo al golpismo. Afortunadamente ese miedo se superó y hoy no es concebible la reproducción de las grotescas escenas de Tejero en el Congreso. Pero hay otro golpismo silencioso que, a base de conculcar los principios constitucionales, está triunfando en España. Este golpismo debe ser combatido con la concienciación ciudadana y haciendo que aquellos partidos que de verdad creen en la democracia, limpien toda la podredumbre que los han convertido en cómplices del mismo. Mientras esto no ocurra, nuestra democracia solo será una democracia formal y sus valores una mera declaración de principios que no llegan a la mayoría de la población.

* Historiador y académico